Ángel Balzarino nos recibió en su casa de la ciudad de Rafaela y allí, entre mates, risas y anécdotas, charlamos de la vida, la escritura, los libros.

TS —¿En el 2016 te entregaron el título de Ciudadano Ilustre de la ciudad de Rafaela?

AB —Eso fue sorprendente. Un día llegaron Jerónimo Rubino, Secretario de Educación de la Municipalidad, y su esposa Evangelina Garrappa, Concejala, para decirme que el día 6 de octubre iban a hacerme un acto-homenaje. No me contaron de qué se trataba. Cuando me mandaron los afiches de la propaganda, ¡ahí me enteré!

La Biblioteca estaba ¡repleta! El Dr. Bonafini, presidente del Concejo, no podía creerlo, nunca habían hecho un acto con tanta gente. Yo siempre escribo en el diario cartas a los lectores protestando por las faltas de rampas, para los que tienen problemas de movilidad como yo, y pese a las cartas me dieron el premio… se ve que funcionan.

TS —Si no tenés dificultades no te das cuenta de esa necesidad.

AB —Desde el año 56 vivo en esta ciudad y hace muy poco que se pusieron con esto. Empecé con las cartas en el año noventa y pico. Mandaron, junto con la tasa municipal, un papel para que el contribuyente opinara sobre temas que le interesaran. Allí me dieron pie para pedir una rampa para entrar a la Municipalidad. No había ni una en toda la ciudad. El Nuevo Banco de Santa Fe tiene tres escalones para entrar. Siempre debía pedir ayuda. Hasta que un día me cansé. Entonces, una mañana salió en el diario una carta para el Banco de Santa Fe. En el acto me llamó el gerente; vinieron a casa con el tesorero. Lo primero que me preguntaron fue si a esa carta la iba a mandar a otro medio.

¡Y ya me traían el plano de lo que iban a hacer! ¡Habían diseñado la rampa en un instante! ¿No es increíble? Y a los quince días estaba lista.

TS —¿De dónde era tu familia?

AB —De Villa Trinidad; para que yo pudiera seguir estudiando nos vinimos a Rafaela. Tengo tres hermanas mayores. Cuando tenía 12 o 13 años nos vinimos. Lo primero que hice fue hacerme socio de la Biblioteca Sarmiento e ir a la librería El Saber, que hacía poquito se había inaugurado. Luego estudié Tenedor de Libros y Asesor Contable Impositivo. Pero durante 10 años no encontré trabajo para lo que había estudiado. Así que empecé a trabajar de quiosquero; vendí revistas, realicé cosas en mimbre, arreglé zapatos, hice copias a máquina para una escribanía, hacía todo lo que podía para sobrevivir. Todo tenía escaleras y yo desde los dos años, por la poliomielitis, arrastro este problema. Hasta que en el año 69, después de 10 años de haberme recibido, y gracias al Mateo Booz (saqué el Primer Premio Provincial) me aboqué de lleno a la literatura. El premio cambió mi vida, encontré trabajo en el Obispado, con sueldo fijo. Llegué a secretario del Obispo. ¡Le escribía sus cartas! Monseñor Casaretto decía: “Usted nunca escriba nada de lo que ve acá”. Yo solo redactaba las cartas y el obispo ya no podía identificar si las había hecho él o yo. A veces me decía: “Conteste esta carta, que sea no pero que parezca sí”.

TS —Estabas en el lugar indicado para practicar literatura.

AB —Llegaban cartas que invitaban a actos, pedían cosas para las instituciones. Y, luego, estaban los pedidos que nosotros hacíamos para arreglos del obispado. La orden era: “hacerle el verso que vos sabés así lo conseguimos”. Esa práctica me sirvió para la escritura. Allí estuve 40 años.

TS —¿Siempre te dedicaste a la narrativa?

AB —Siempre. En el año 74 publiqué mi primer libro “El hombre que tenía miedo” y allí incluí “El ordenanza y otros cuentos”. A partir de ese momento, me dediqué casi solamente a escribir.

TS —¿Cuántos libros llevas publicado?

AB —Tres novelas cortas, trece libros de cuentos, y las antologías. También hice varios libros por encargo.

TS —¿Tenés traducciones de tu obra?

AB —Al inglés, cuando apareció en Gran Bretaña una antología con cuentos míos. Y en EEUU que, prácticamente todos los años, publican algo que incluyen en los manuales para alumnos que estudian castellano. También publiqué en la revista Panorama de las Américas, de la línea aérea oficial de Panamá.

TS —¿Qué otras cosas buenas pasaron en tu carrera?

AB —Obtuve una mención en el Premio Provincial Alcides Greca, por “La visita del general”. Pasaron 30 años y participé de nuevo en el concurso. En el 2014 me llaman de la Secretaría de Cultura, desde Rosario, para decirme que había ganado el Primer Premio.

TS —¿A qué equivale ganar ese premio?

AB —Dinero o publicación y, además, te haces acreedor a la Pensión Honorífica de la Provincia. Imaginate. Repito palabras de Nabokov en relación a su libro Lolita: “todo esto debería haber pasado hace 30 años”. Una amiga me decía hace poco: “¿De qué te sirve ganar el Nobel cuando ya estás tan vieja que no podes ir a cobrarlo, y no sabes ya en qué gastarlo?” Bueno, le respondí, invertilo en un buen geriátrico.

(Risas)

TS —¿Cómo te nutriste para escribir?

AB —Con lecturas. Cuando llegué a Rafaela empecé a leer más porque había bibliotecas. Aprendía a escribir a medida que leía. Pero nunca estaba satisfecho. Recién cuando terminé “El ordenanza” me pareció un texto que podía andar. Fue la primera vez que mande a un concurso.

TS —¿Proyectos?

AB —Mi último libro es “Historias de proezas y derrotas”. Fue sorpresiva su publicación. El año pasado me llamó el editor de Ediciones Al Margen, que ya había publicado dos libros míos, pidiéndome cuentos. Y, algo más sorprendente aún, cuando le pregunté cuánto costaría me dijo “¿quién habló de pagar?”. Me tomo de sorpresa. Me puse a recopilar, hice una selección y se lo envié. E inmediatamente salió.

TS —¿Elegirías de nuevo la carrera de escritor?

AB —Sí. A pesar de todo. De todas las peripecias de la vida.

 

Texto: Patricia Severín

Fotos: Sonia Volken