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Al ombligo en bicicleta

Mariano Peralta y Diego Gentinetta son dos comunicadores sociales que el 15 de septiembre de 2013 partieron de Santa Fe con la idea de recorrer Sudamérica en bicicleta. Nos envían la bitácora de su recorrido que contempla las siguientes naciones: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil y Uruguay. Al momento de esta crónica pedalearon más de 4000 kilómetros de los casi 20000 estipulados.

En primera persona

No era broma. El 28 de diciembre, poco más de tres meses después de partir de Santa Fe, teníamos entradas para Machu Picchu. En un viaje por ocho países de Sudamérica, visitar el santuario de los Incas era una parada obligatoria e inevitable en Perú. Más aún si el camino se hace en un par de bicicletas bautizadas Morocha y Lechera. Atrás habían quedado seis provincias argentinas (Santa Fe, Córdoba, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy) y el oeste de Bolivia.

A Perú ingresamos por el sur, en la frontera ubicada entre Copacabana y Yunguyo. En una lenta escalada por la ruta Panamericana llegamos a Cusco, ciudad que la mayoría de los viajeros y turistas toma como base para llegar hasta las ruinas de la ciudad incaica. Las previsiones nos ubicaban en estas latitudes tiempo después, pero el ritmo incansable de pedaleo permitió que podamos pasar los últimos días del 2013 y los primeros del 2014 en un lugar de mucha significancia al momento de pensar la conquista y colonización española, junto con la desaparición de una de las civilizaciones más avanzadas en la época prehispánica.

Machu Picchu, principal atractivo turístico de Perú, se ubica a más de 100 kilómetros de Cusco. Por el caudal de gente que lo visita, las alternativas para arribar al santuario o al pueblo –del mismo nombre y que se encuentra en la base de las ruinas- son variadas. Dependen, principalmente, de un factor: el económico. La manera sencilla de hacerlo es en tren. Aunque lo complicado es conseguir, como mínimo, 100 dólares para un pasaje de ida y vuelta.

Al santuario

Para llegar a Machu Picchu hay que continuar caminando o pagar 18 dólares para subir en bus a las ruinas. El sendero, una escalera de piedras que avanza entre una abundante vegetación, se recorre en una hora y vale la pena treparlo. Desde la cima del Machu Picchu –hora y media subiendo- se tiene una verdadera perspectiva de la ubicación elegida por los Incas para establecer esta ciudad de la que se tienen más preguntas que certezas. Una pequeña meseta desde la cual se observa la vuelta que hace el río Vilcanota-Urubamba entre los cerros, la ciudadela anclada en un punto estratégico, tallada sobre la misma roca de la montaña, una obra maestra que convoca a turistas y viajeros los 365 días del año.

El retorno a Cusco quedará en la historia por los 30 kilómetros caminados en unas 10 horas. Siempre junto a la vía del tren, con el Vilcanota a la derecha y algún pequeño poblado en el camino, se siguen encontrando vestigios de la civilización Inca.

Después de semejantes idas y vueltas, recibimos el año en la plaza de armas de la ciudad.  Portamos una prenda amarilla (corbatas de cotillón), como es costumbre aquí en esta fecha, y dimos  la tradicional vuelta a la manzana luego de las doce. El “Ombligo del mundo” –denominación para Cusco surgida de los propios cusqueños- nos despidió entre el alborozo de la pirotecnia y el baile. Delante nuestro, anunciándose como una quimera lejana tras sierras y desiertos, el mar, las playas y miles de kilómetros.

 

 

+ Info: Facebook, el blog y el Flickr denominados “A Santa Fe 18924km”.