Es uno de los jóvenes santafesinos que trasciende el país y lleva al mundo su arte. Aliado con su hermana, Agostina, fiel promotora, buscan el vuelo adecuado para hacer de su color un objeto de deseo.

 

El único animal mítico del zodíaco chino es el Dragón. Desde los tiempos del Imperio, la quimérica figura simbolizó las virtudes mejores del hombre. Aseguran que, quien nace bajo este signo, rompe el karma y no vuelve a reencarnar, porque en una vida vive muchas. Jamás pasa inadvertido, es avasallante y desmesurado, provoca, seduce. Si no afronta desafíos, languidece. Al calendario occidental el Dragón entró en 1988. Ese año nació Alan Brignone, signada su personalidad y su obra por las marcas inequívocas de lo que está llamado a salir del sitio común.

Proveniente de una familia dedicada al comercio —con un abuelo sastre, de cuya habilidad quizás heredó esos trazos que a veces parecen costuras y, otras, recortes de telas mágicas sobre las luces y las sombras—, Brignone descubrió su pasión a una edad temprana. El tiempo de las definiciones vocacionales inclinó la balanza a favor del arte. El entorno no lograba encajar su figura con la profesión elegida, hasta que la tenacidad de su decisión no dejó grieta para que se filtrara la duda. En 2012 egresó de la Escuela Provincial de Artes Visuales “Profesor Juan Mantovani”, como Técnico Superior en Artes Visuales. Después de la aprobación de su tesis, el resplandor misterioso del Dragón le alumbraría el primer éxito: “Libertad y Azar”. Una muestra individual en el Centro Experimental del Color, donde la propuesta era mostrar cómo, mediante el juego de la luz y la oscuridad, una misma obra podía mutar y transformarse en otra.

Tras el debut llegó “Spontaneus”, en la Sala Candace, y “Realidad Ilusoria”. Pero Santa Fe es un paraíso reducido para el imperio de un Dragón. La obra de Alan cruzó fronteras y voló a New York, a la Art Expo, para después aterrizar en la muestra internacional Art Basel, en Miami. Sin escala, la obra fue pasando del lienzo convencional o el papel a textiles, para transformarse en trajes de baño y accesorios, en sublimaciones para objetos de uso cotidiano y joyas. Brignone está convencido: “quiero seguir experimentando, creciendo. Empezar sobre un papel y después seguir sobre cualquier superficie. Esto es continuación y proyecto. Quiero seguir indagando”. El vuelo mítico universalizaba los sueños.

El dragón tiene fuerza propia, ama la espectacularidad, sobrevuela la opinión ajena y es fiel a sus verdades. El problema, a veces, es que debe vivir en la tierra. Para eso tiene un ancla elemental: Agostina. Es hermana de Alan y una pieza clave en el tablero de la promoción del artista. Especialista en comunicación, acompaña el proceso creativo, la difusión y el marketing, herramientas cardinales en el arte contemporáneo para posicionarse en mercados ávidos de novedades. Gracias a su asesoramiento, la obra encaja con perfección allí donde es demandada o genera los nichos necesarios para que se vuelva novedad y objeto de deseo. La simbiosis es tal, que ambos encuentran en el otro la palanca para ascender: “es mi fiel compañera, como mi alma gemela, un pilar, el elemento indisoluble de la composición química”.

El dragón mira hacia adelante con avidez: “se busca la prosperidad, el crecimiento, el desarrollo personal y profesional, la expansión del ser. Si se buscan la excelencia y la integridad, uno es imparable”.

Y así siguen el vuelo y el fuego, las luces y las sombras de Brignone, su lúdico arte, en un mundo que ya desconoce fronteras.

 

Crédito: Fernando Marchi Schmidt

Fotos: Pablo Aguirre