Vienen de distintos lugares. Susana Paradot, desde el exilio en España; Mirtha “Chola” Manzur, desde el trotskismo. Marta Fassino transitó el camino de los medios y la política. Florencia Marinaro, treinta años más acá, es abogada y peronista de Néstor y Cristina.
Se sientan a la mesa, rueda el mate su ronda eterna, el pucho se termina y vuelve a empezar una y otra vez. Llueve a cántaros en esta tarde que invita a la charla y al recuerdo en la casa de Flor, un departamento interno en el sur de la ciudad. Por la ventana entra un aire que alcanza para desactivar el bochorno de la tarde.
Se entrecruzan, se interrumpen, amontonan recuerdos, algunos vívidos, otros borroneados por la bruma del tiempo. Traen nombres a la mesa, todo el tiempo: ellas están allí en representación de tantas otras.
No hay casi nada escrito sobre la historia de la Multisectorial de Mujeres de Santa Fe. A grandes rasgos, el pizarrón del pasado se divide en dos etapas: una, fundacional, de 1998 hasta 2001. Otra, de refundación, desde 2004 hasta ahora. Y en el medio, Ana María Acevedo: un caso que las atravesó como un rayo y que convirtió a la impotencia en un motor que ya no encontraría freno.
No existen actas ni registros oficiales. No hay un lugar de reunión —nunca lo hubo: los encuentros siempre se pautaron por situaciones puntuales y tuvieron lugar en casas, salones, bares, gremios.
Chola, Susana y Marta, junto a Mabel Busaniche, son las fundadoras de lo que, en 1998, fue la Multisectorial de Mujeres para la Acción: el germen de ese movimiento en permanente ebullición que es hoy la Multi. Se reunían en el viejo Foro Cultural Universitario, al lado del actual, sobre calle 9 de Julio.
Antes había habido algunos mojones: “En épocas de la dictadura, hicimos un primer intento de Encuentro Nacional en Buenos Aires. Iba a durar tres días: duró tres horas. Llegaron los milicos y nos sacaron literalmente a patadas, de los pelos, nos subieron a los celulares y a muchas las llevaron detenidas” -evoca Marta Fassino.
“En Santa Fe teníamos el CIAM: Centro de Integración y Actualización para la Mujer, donde estaban Chavela Zanutigh, Liliana Loyola, Nidia Kreig, Inés Llanos. Sacábamos en los diarios anuncios del tipo: ‘Charla sobre la prevención del cáncer de mama’; y luego de la charla, empezábamos a trabajar sobre el tema que nos convocaba: el feminismo y los derechos de las mujeres”, recuerda Marta, y se ríe de la picardía: eran maneras de evitar el allanamiento —y no siempre se lograba la proeza.
Con el 83 y la democracia, las militantes se desbandaron hacia sus respectivos partidos. Sin embargo, en esos años se cosecharon algunos grandes objetivos como la Ley de Divorcio, la Patria Potestad compartida y la modificación del Código Civil que permitió que las mujeres pudieran usar su apellido de solteras. El motor ya estaba en marcha.
En Santa Fe, años 90, Acción Educativa fue la organización que comenzó el trabajo barrial con mujeres. El 8 de marzo del 98 nace la Multisectorial de Mujeres para la Acción. “Marta era la famosa, le pedían autógrafos en los Encuentros Regionales”, provocan entre carcajadas a la ex conductora de Notitrece, y ella acompaña con resignación. Allí estaban, formando parte del colectivo: el Sindicato de Amas de Casa, Acción Educativa, Gémina, La 29 de Mayo, UPCN, gente del Socialismo, del Radicalismo, independientes.
“Esa etapa duró hasta el 2001: la debacle política y económica de esa época nos disgregó un poco —asume Susana Paradot-. Nuestras reuniones después serían en el Sindicato de Amas de Casa, en calle Saavedra, y serían ya masivas”, cuenta.
La Ley Provincial de Salud Reproductiva y Procreación Responsable, en 2002, de la mano de los diputados Alicia Tate y Eduardo Di Pollina, junto con el Registro Universal de Deudores Alimentarios, figuran como algunos de los grandes logros de esta historia de luchas.
“Éramos once organizaciones no gubernamentales, más los partidos políticos”, recuerda Chola, su voz cavernosa y su mirada fija en un punto de la historia. Desfilan, una vez más, los nombres sobre la mesa. Como el de Marisa Poggi, que estuvo siempre. O como el de las chicas que salieron de la Escuela de Psicología Social Enrique Pichón Riviére, que aún hoy continúan allí. Sin embargo, reconocen que eran una agrupación de agenda: hacían cosas para el 8 de marzo, para el 28 de mayo, para el 25 de noviembre. En 2006, la historia se partiría en dos: tocaría a sus puertas el caso de Ana María Acevedo
Desde Vera, Norma Cuevas había peregrinado por mil oficinas cuando llegó a la Multi. Su hija Ana María tenía veinte años y era analfabeta, como ella. Tenía tres hijos, de 4, 2 y 1 año. Murió el 17 de mayo de 2007, un jueves negro y helado. La mató el autoritarismo: estaba embarazada y necesitaba un aborto terapéutico, porque sufría un cáncer en el maxilar. Los médicos del hospital Iturraspe le negaron ese derecho “por convicciones, cuestiones religiosas y culturales”.
“Su historia puso en evidencia la realidad que padecen cientos de mujeres que son discriminadas en el sistema de salud pública, sometidas a tratos deshumanizados, a las que la sociedad y el sistema judicial les niegan el derecho de acceder a un aborto legal, seguro y gratuito”, afirman, y todavía se percibe en ellas el rastro del dolor de esa pérdida.
Las abogadas de la Multi (Chola, Lucila Puyol y Paula Condrac) llevaron adelante el proceso penal, acompañadas por todo el grupo. “Nuestro compromiso fue profundo e irrestricto. Fue muy fuerte para nosotras atravesar su muerte, con todo el dolor, pero también con la certeza de que estábamos en lo correcto”, evocan.
“Hasta ese momento sólo acompañábamos; ni siquiera nos habíamos conformado como ONG. Éramos un grupo de mujeres que luchábamos por ciertos derechos. Este hecho nos posicionó, de alguna manera”, dicen.
Un tiempo después, Norma participaría del Encuentro Nacional de Mujeres en Córdoba. Allí, con sus pocas palabras y su mucho dolor, contó la trágica historia de su hija. “Sentimos que, a pesar de sus limitaciones, ella estaba empoderada respecto de lo que había pasado. Y logramos varias cosas: además del procesamiento de seis profesionales, la indemnización a la familia y una resolución de la Fiscalía: el principio de no repetición en ningún hospital de la provincia de un caso como el de ella”, cuentan. Una especie de Nunca Más, que ayudó a mitigar el espanto.
“Yo milito por el derecho a decidir”, dice Chola. Habla lento, mira fijo, como para que cada palabra quede bien sellada. “Más allá del aborto: las mujeres somos seres éticos y autónomos; si nos niegan el derecho a decidir, nos niegan el derecho a la libertad”, remata.
Flor Marinaro tiene 31 años: es de la generación de los 90, la de la antipolítica, la del que se vayan todos. “Cuando entré en la Facultad de Derecho de la UNL, en 2004, empieza esto de la vuelta a la militancia, de la mano de Néstor y Cristina. Yo nunca me había cuestionado mi posicionamiento en cuanto a la legalidad o no del aborto. Venía de educación católica”, narra.
Como suele ocurrir en esa etapa de la vida, una palabra dicha a tiempo, un sonido, una chispa, activó la inquietud: “Un día de 2010 voy a una charla que presentó Adriana Molina: eran las abogadas del caso Ana María Acevedo. Yo había escuchado del caso, pero ese día me quebró por completo. Me emocionó, me atravesó en un montón de cosas. En ese momento pensé: ‘Me gustaría ser como ellas. Eran Paula y Lucila”, recuerda. Años después terminaría formando parte del equipo.
La diferencia generacional es muy grande. “La más próxima me lleva más de quince años, y en algunos casos hablamos de 40 años de diferencia. Fui la mascota del grupo durante mucho tiempo. Pero ellas son mis amigas: amigas de estar en los cumpleaños, de saber de nuestras vidas, de compartir lo bueno y lo otro”, reconoce.
“Sororidad”, repite Chola, y suena como si estuviera resfriada y a la palabra se le hubiera distorsionado alguna consonante. So-ro-ri-dad. “Viene de soror, sororis, hermana. Es la relación de hermanaje que se entabla entre mujeres a partir de una lucha común. Es la amistad entre las feministas, un vínculo diferente a cualquier otro, desde el afecto y desde lo ideológico”, explica.
Susana, Chola y Mabel Busaniche son “las históricas” y a esta altura se ríen de la edad; en el otro extremo, Valeria López Delzar, Nerea Tacari, Ángeles Guerrero andan entre los veinte y los treinta: la rueda sigue girando -y ya no se detiene.
Son comunicadoras, psicólogas sociales, estudiantes, funcionarias, jubiladas, empleadas, trabajadoras sociales, abogadas, psicopedagogas. Hablan con ministros, secretarios, policías, jueces, fiscales, todos los días. El pañuelo verde, el del derecho a decidir, es su santo y seña. Se dividen en grupos: ninguna va a una reunión sola. “Ahora está de moda y hay una movida muy fuerte a partir del Ni una Menos, pero no es fácil ser feminista”, admiten.
Se cuidan entre ellas, se guardan las espaldas. “En esta sociedad machista y patriarcal, en este contexto de capitalismo salvaje, las feministas somos rebeldes, vamos al frente, pero nos cuidamos. Jamás nos peleamos entre nosotras, jamás. Cada una es respetuosa del lugar que ocupa la otra”, dice la voz de la experiencia de Chola.
“Yo creo que el feminismo ya no es más de las militantes. El feminismo atravesó a todas las mujeres. El día del miércoles negro, era impresionante ver cómo se pronunciaban las locutoras, las periodistas, las artistas en la tele. Creo que el tema de los femicidios nos interpela muy fuertemente”, opina Flor.
Han recibido premios a nivel internacional por su trabajo. Hoy, con la arcilla de esta historia en sus manos, saben que la única manera de hacer camino es andar. “El machismo nos atraviesa a todos -asume Chola-. Pero hoy, por ejemplo, hay grupos de varones antipatriarcales que colaboran acercando miradas. Están naciendo nuevas masculinidades, y es un fenómeno muy interesante, porque no es fácil para ellos. Somos plenamente conscientes de que esto va a cambiar cuando logremos desactivar esta cultura patriarcal. Cuando el varón deje de lado sus privilegios y acepte estar junto a la mujer como igual. En ese momento van a reducirse las violencias, los asesinatos, la muerte”.
Ellas son:
Ángeles Guerrero, Beatriz Gutiérrez, Carmen Cornaglia, Mirtha “Chola” Manzur, María Florencia Marinaro, Marta Fassino, Gabriela Solano, Mabel Busaniche, Marisa Poggi, Mirian Urgorri, Nerea Tacari, Paula Condrac, Silvia Ferrero, Susana Palud, Susana Paradot, Valeria López Delzar.
Crédito: Natalia Pandolfo
Fotos: Pablo Aguirre