El barro se rinde a las presiones sabias de sus manos. Palmas, yemas, derechos y reveses de los dedos imprimen la forma de objetos. Las cerámicas conseguidas mediante técnicas artesanales trascienden ese rango para adquirir la prestancia de auténticas piezas de arte.
Bajo el río hay un desorden silencioso de partículas en movimiento y en las barrancas sedimentan los despojos orgánicos de un barro plástico que se gana entre los dedos, abandonado a la sensualidad que goza del roce. Puede caer la tarde en el agua como una piedra y en los círculos concéntricos que buscan la orilla dibujarse la música de unas manos que modelan. Las de Juliana Frías tienen en la memoria dactilar la huella de la greda, el susurro a veces gris, cuando no colorado, de una tierra nutrida a agua y camalote, arena y sal inquieta. El arte atraviesa la mirada de esos ojos que vieron la primera luz en Concordia, en Entre Ríos, y que hoy se detienen, expectantes, sobre las piezas singulares que trabaja en el Taller Municipal de Cerámica Artesanal de La Guardia o entre los límites generosos de su propia casa, el cosmos donde conviven la investigación, la recreación y la inspiración creadora.
Una luz nublada desciende de las cristaleras altas del taller que se levanta donde la ciudad deja su urbanidad para dilatarse en verdes horizontales. Cerca, la arcilla es tan generosa que en 1928 señaló que allí se instalara la fábrica de cerámicos vitrificados de los hermanos Alassio. Siglos antes las mismas condiciones habían sido aprovechadas por los pueblos originarios, recolectores, pescadores, alfareros. No parece casual, entonces, que palpite en este lugar la fibra pasional de Juliana: “la cerámica forma parte total de mi vida. Llegué al arte a través del dibujo. La cerámica me conquistó después en un taller de la Mantovani, donde hice la carrera en Artes Visuales. Las clases de historia me hicieron ver los trabajos de las culturas prehispánicas y a trabajar como lo hacían ellas: inspirándose en la naturaleza. Forma, volumen, color, dimensiones. Para mí la investigación es muy importante. Aprendí en el Museo de Estudios Etnográficos y Coloniales “Juan de Garay” y después llegué a este taller, mi lugar en el mundo.”
Indagadora incansable trianguló el Chaco boliviano con la península itálica, donde la vida parece inimaginable sin el arte y el uso del grees. En puntos tan lejanos de la geografía y, al tiempo, inmediatos en la utilización de la materia prima, perfeccionó técnicas de obtención, limpieza, amasado y tratamiento del barro como también de elaboración de piezas, cocción y conocimiento de estilos. La arcilla de La Guardia es, según Juliana, de las mejores del mundo por su plasticidad y la composición que equilibra materia orgánica y arena. Los objetos de barro se dejan secar y luego se procede a la quema: de las dos horas a cielo abierto, en contacto con el fuego, a las cuatro horas en hornos a leña o el tiempo que decide el ceramista en hornos más sofisticados donde se regulan las temperaturas. Lo cierto, en todos los procesos, es que “la pieza debe transformarse en contacto con el calor”. El fuego, entonces, es el elemento que consuma el milagro, el que transfigura la arcilla y la vuelve cerámica.
Maestros transmitieron a Frías el conocimiento necesario para que moldeara su propio cuenco creativo. Ella misma es vasija y caja de resonancia del saber ancestral. El eco de su voz, y de ella en sus discípulos, hoy también maestros ceramistas, resuena en el taller de 56 años donde enseña y dirige desde hace 18 y dice “considero que lo que hago es arte pero no dejo de ser artesana trabajando. Lo hago desde la cerámica artesanal pero lo que quiero transmitir hace que sea una pieza con elementos estéticos. En eso muestro parte de mi vida, lo que me conmueve y me interesa.”
La docencia es para esta mujer una pasión que no oculta. Trasluce el vigor por lo que produce y transmite mientras gesticula a un lado del tablón lustrado por los amasijos y cuenta el modo en el que se avanza en los cursos que se dictan en ese espacio que es casi un templo: “enseñar me encanta. Yo estudié de una manera, me especialicé y transformé programas. Traigo a mis alumnos de la Escuela Mantovani y les enseño a hacer piezas. La primera es artesanal y la segunda es artística. Con eso les muestro el pasaje de una cosa a la otra.”
Bajo la dirección de Juliana y el apoyo de profesionales especializados en historia y arqueología se realizaron las piezas que hoy permiten imaginar la vida cotidiana en la Santa Fe del siglo XVI, en las ruinas del primer asentamiento, donde se levanta una réplica de casona colonial. Allí parecen sintetizadas las corrientes ceramistas de este lado del mundo: la de los pueblos guaraníes, la de los primitivos habitantes de las costas santafesinas y las de influencia española, amalgamadas en utensilios atravesados por estética y funcionalidad.
“Hay ceramistas donde están los recursos naturales. Santa Fe, y La Guardia en particular, cuentan con un espacio privilegiado. Durante mucho tiempo el oficio estuvo desperdigado, hasta que pudimos recuperarlo en su esencia. Hoy, así recreemos piezas ajustadas a las originales o avancemos en objetos escultóricos, tanto en los niveles de aprendizaje o en el de producción, respetamos la identidad de los estilos como una forma de preservarlos”, señala la maestra artesana, la artista.
Juliana Frías no deja de mover las manos, como amasando el aire, como si el aire fuese greda, como si preparara la greda para el fuego, como si animara el fuego para obrar el milagro de la cerámica. En ella vive una sabiduría donde la pasión es como el río cercano: fluida y permanente.
Para conocer más, para aprender:
Taller Municipal de Cerámica Artesanal de la Guardia
Avenida De Petre y Ruta 168
(0342) 4574167
http://facebook.com/amigosdeltallerdeceramicadelaguardia
Crédito: Fernando Marchi Schmidt
Fotos: Pablo Aguirre
Agradecimientos: HUE vestuarios y accesorios