dsc02695_result

Los profesores de la escuela de Desvío Arijón no comprenden el significado de la palabra no. Recibieron muchos a lo largo de su camino: siempre siguieron andando como si, en vez de un huracán, se tratara apenas de una brisa. Gracias a su coraje, hoy el pueblo tiene escuela secundaria propia. En el mes del maestro, la historia de un puñado de docentes que protagonizaron una gesta histórica.

 

Una noticia llegó un día a la escuela primaria N° 690 Mariano Moreno, de Desvío Arijón, un día cualquiera de 2008, así como llegan volando los trabajadores golondrina que aterrizan en la zona. Solo que esta llegada era definitiva y cambiaría para siempre las vidas de todos: el Polimodal tenía que cerrar sus puertas.

Era una decisión que bajaba a las aulas con forma de ley. El Ministerio de Educación de la Nación decretaba que, desde entonces, los docentes de 8° y 9° año (lo que sería el actual 1° y 2° de secundaria, que venía funcionando desde 1999) serían reubicados en otros lugares. Los chicos tendrían entonces solo primaria en el pueblo. El que quisiera seguir estudiando, debería viajar a Coronda o a Sauce. Les ofrecían, a modo de absurda compensación, bicicletas para trasladarse.

Los profesores sintieron una punzada, un golpazo, una cachetada seca como el viento pampero. Los padres dejaron la cosecha de frutilla a un costado y se fueron acercando a la escuela hasta colmarla. Los chicos miraban la escena, expectantes. Hubo entonces una reunión fundacional: aquella en la que todos le dijeron que no al no, se engancharon de los codos y empezaron a caminar.

 

El gesto de Desvío

tapa_result

Ubicado a once kilómetros de Coronda, Desvío Arijón tiene poco más de 2.700 habitantes. Los chicos de la zona trabajan en las cosechas: ofrecerles estudiar en otro lado era, cuando menos, desconocer el terreno. Son pibes tímidos, respetuosos, de costumbres tradicionales. Laburan a la par de los viejos, los tíos, los abuelos, los hermanos; y van a la escuela porque para esos padres, la escuela es el espacio que les dará lápices para dibujar otros mundos.

Los docentes llegan desde Coronda y Santa Fe, Sauce Viejo y otros pueblos cercanos. Podrían haberse reinstalado en otros puestos y seguir ejerciendo sus funciones: no lo hicieron porque su sentido de la profesión iba más allá de cualquier aspiración individual.

Los padres dijeron, con la simpleza del sentido común, que ellos también eran la escuela, y se sumaron a la caravana que llegó un día a golpear las puertas del Ministerio de Educación de la provincia. Eran los tiempos de Elida Rasino como ministra de Hermes Binner.

“No pueden entrar los padres, solo docentes”, dijeron las autoridades. Y otra vez, nadie comprendió el no. “Estos docentes criaron a mis once hijos”, les dijo Ceferina como quien dice buenos días. Apretó los puños, los apoyó sobre la mesa y les gritó a los ojos: “Yo vengo de Nochero. Con estas manos crié once criaturas. Y estos maestros les enseñaron a mis hijos a ser honestos. Gracias a ellos, hoy todos mis chicos trabajan. Así que lo que tenga que ver con ellos, tiene que ver con nosotros”. Las palabras quedaron retumbando en las paredes de la sala. Minutos después, por la puerta desfilaban lentamente, una a una, las pisadas de los papás.

 

Crece desde el pie

 

“Éramos un grupo de profes de Matemática, de Historia, de Formación Ética, de Lengua, de Educación Física, de Música, que veníamos trabajando desde hacía años para sostener ese proyecto:Julieta Bagilet, Delia Olivero, Estela Palermo, Rodolfo Ridolfi, Claudia Pandolfo, Emanuel Salvo, Mariana Paniagua. Cuando vimos que de pronto, sin consultarnos nada, eso se borraba de un plumazo, fue muy fuerte. Fue sentir que nos desechaban sin siquiera escucharnos”, cuenta hoy Mariela Cieri, la profesora que asumió el papel de liderazgo en todo este proceso y que hoy dirige la escuela.

“Es una comunidad semiurbana; en su gran mayoría son pescadores y peones rurales. Muchas familias vienen del Norte, están un tiempo, los tres o cuatro meses de la cosecha de frutilla, y vuelven a sus pueblos del Chaco. Nosotros ya los conocemos, se había generado un vínculo muy fuerte con ellos. Pero hasta ese momento, no teníamos conciencia de ese lazo. Cuando el Estado vino a querer romper lo que habíamos construido, recién ahí nos dimos cuenta. Y entonces decidimos dar batalla. Eran 78 chicos que habían hecho octavo y noveno y que ahora se quedaban sin nada”, explica.

La directora de la primaria, Mónica Pozzo, canalizó una reunión de padres. Fueron todos: desde los de Jardín hasta los de octavo y noveno. Pensaron juntos, analizaron opciones. Y decidieron salir casa por casa a buscar firmas. “Padres y docentes, terminábamos de trabajar y salíamos rancho por rancho, puerta por puerta. Y así fue como llegamos a Santa Fe con un acta bajo el brazo, donde los padres exponían su postura, avalados por los docentes. Hubo una comunidad educativa, eso fue lo que pasó. Fue una pelea de todos”, define Mariela.

– ¿Cómo se hace para torcer una decisión del Estado?

– Fue difícil, porque el discurso generaba miedo. Nosotros éramos sus empleados, nos decían que teníamos que obedecer porque, si no, nos iban a hacer un sumario. Estábamos absolutamente solos, pero convencidos de lo que hacíamos.

 

Por hiladas

 

2_resultFueron muchos los viajes, las idas y venidas, los nervios. Aquella reunión histórica, la de Ceferina y sus puños sobre la mesa, quedó grabada como una postal del destrato en sus memorias. “Nos pusieron en rueda a todos los profes y nos leyeron el decreto de disponibilidad, que ya conocíamos. Insistían en que teníamos que acatarlo. Y nosotros les discutíamos que ya estábamos estatuidos, que necesitábamos un decreto que dijera: señores, esto existe. Los cargos de los dos primeros años estaban creados: para qué nos iban a mandar a cumplir horario a cualquier otro lado. Era ignorar que ya había una comunidad conformada, con un sentido de pertenencia que existió antes que la escuela misma. Nuestra historia fue construida desde abajo hacia arriba”, dice Mariela.

“En esa reunión la pasamos muy mal, porque nos trataron muy mal. En un momento llega la delegada regional, Marta Nardoni: el clima era muy violento y angustiante” relata. Había muchos nervios, porque ya era la época de inscripción y esos padres no sabían qué iba pasar al año siguiente con sus hijos. Ella los tranquilizó y se comprometió a visitar la escuela. Volvieron al pueblo exhaustos, pero con una promesa en la mano.

 

Desvío al sí

 

El día que la delegada regional llegó al pueblo, la esperaban todos. Marta Nardoni conversó con los padres, caminó por las calles de tierra, escuchó. Al poco tiempo, los llamaron desde el Ministerio. Alrededor de una mesa oval, los profesores escucharon conmovidos el sí tan ansiado.

“Nos volvimos con la copia certificada del acta y convocamos corriendo a una reunión de padres y una gran chopeada de celebración. Fue hermoso”, cuenta Mariela y se ríe al recordarse: “Yo quería que me firmaran el acta. Quería un papel, un sello, algo. Tenía miedo de que fuera un sueño, que fueran a arrepentirse, qué sé yo”, confiesa.

Así fue como se firmó el decreto de creación de la escuela con el número 1.496, dependiente de otro establecimiento. Ahora les faltaba el tercer año. “Necesitábamos por lo menos completar el ciclo básico. Y si no nos lo daban, lo íbamos a hacer igual. Ya estábamos envalentonados”, afirma.

Primero y segundo año funcionó en las aulas de la primaria y con tercero se instalaron en el Polideportivo Comunal, a una cuadra de allí: un tinglado gigante, con un escenario que a los dos costados tiene vestuarios que hicieron las veces de oficinas para la vicedirección. Dieron clases sin las horas creadas: no les importaba nada, excepto mantener la matrícula. “Si a esos chicos no les dábamos clases, se iban”, fundamenta Mariela.

Durante todas las vacaciones limpiaron, arreglaron, juntaron sillas y tablones. No había teléfono ni correo; al principio ni siquiera tenían luz. Usaban sus celulares y trabajaban con velas. El 1° de febrero de 2009, en esas condiciones, empezaron a dar clases. Y en 2011 tuvieron la primera promoción de egresados, con 32 alumnos.

“Estuvimos en el tinglado hasta julio de 2013. Fueron años durísimos, para los chicos y para nosotros. Era húmedo y helado en el invierno, con las gotitas de condensación que caían desde el techo. Los padres nos hicieron el contrapiso, después hicimos el cielo raso. Había que garantizar el servicio, lo último que queríamos era que la escuela se cayera. No lo íbamos a permitir”, evoca.

Quedaba mucho camino por recorrer: construir la currícula, elegir modalidad y, fundamental, conseguir el edificio. “Entonces nos miramos y dijimos: vamos a Buenos Aires. Y nos fuimos a Buenos Aires con una de las profes. Nos tomamos el cole en Santa Fe a la medianoche y a las 7 estábamos frente al Palacio Pizzurno, con el decreto bajo el brazo. Nos sentamos enfrente y nos miramos: ¿qué hacemos ahora? Bueno, lo primero, golpear la puerta”, se ríe.

Las recibió el director nacional de Políticas Socioeducativas y tuvieron la suerte de ser incluidos en el Proyecto de Plan de Mejora Institucional y Nuevas Escuelas, a través del cual consiguieron sus primeros materiales curriculares y libros. El rompecabezas se iba armando.

dsc02692_result

Las fichas

 

En 2012 consiguieron el presupuesto para empezar a construir el edificio; y el año pasado, después de varios años de gestión, lograron su autonomía. Se les dio el número 598. El terreno en el que hoy se erige la escuela era el basural del pueblo, gran metáfora.

La imposición del nombre es otro capítulo de la historia. La escuela siempre trabajó con el tema de la cuestión de género, como contenido transversal. Entonces, a los chicos se les ocurrió pensar en nombres de mujeres: así surgieron Cecilia Grierson, Alicia Moreau de Justo, Juana Azurduy y Juana Manso como candidatas.

“La elección se hizo conforme al sistema electoral, con boleta única: hicimos todo el simulacro, con padrones y campaña, listas y fundamentos. Votó todo el pueblo. De esa manera, también desarrollaron contenidos de Formación Ética”, explica Mariela. La vencedora fue la Flor del Alto Perú.

Entonces sí: hoy son la escuela N° 598 Juana Azurduy de Desvío Arijón. Están los profes, los padres y los chicos. Está el papel firmado y está la esencia intacta. El rompecabezas está armado: no quedó afuera ninguna ficha.

 

Crédito: Natalia Pandolfo

Fotos: Juan Manuel Casco