Su agenda (léase: objeto tipo cuaderno más cualquier papelito que tenga a mano) está cargada con presentaciones de libros, nietos, talleres, correcciones de la creación propia y la ajena, más nietos, imprentas, diseñadores. Su abordaje de la literatura no es academicista, pero sí profesional, también comunitario y militante, con plena conciencia de ser un eslabón más en la cadena de las palabras.
Los pasillos siempre tienen algo encantador. Son como portales a otra dimensión. Apenas una puerta los separa de la vereda, aunque dentro pueden contener otras muchas, que derivan en casas, patios, oficinas, consultorios, talleres. También tienen algo de familiar. Muchos hemos crecido en una comunidad de pasillo entre padres, hermanos, tíos, primos, de puerta en puerta. Graciela recibió a Toda Santa Fe en uno de esos pasillos.
Aunque resulten enojosas o imprecisas ciertas definiciones, la charla comenzó requiriendo algunas. Al ser difícil definir lo que se es, se empieza por lo que se hace. Y Graciela hace varias cosas. Por ejemplo, lleva adelante la editorial Palabrava junto a Patricia Severín y Alicia Barberis. También hace lo propio con la Editorial De l’aire, acompañada por Juan Pablo Bagnarol. Además, dirige los talleres literarios Palabravas y coordina el ciclo de poesía “La herida fundamental”. En cuanto a la escritura, se considera poeta.
GPR-Si bien publiqué una novela [atadura, Ed. Palabrava, 2013], cualquiera que la lea se dará cuenta que tiene mucha carga poética, aun cuando la “limpié” un montón. Me cuesta mucho despegarme de la imagen poética, que es lo que más disfruto construir. La narrativa me limita y no me deja ser yo.
TS- ¿Y qué implica ser poeta, más allá de lo que uno escribe?
GPR- Yo no lo veo en mí, pero sí lo veo en los demás poetas: piensan, ven las cosas y hablan distinto que el resto. Te doy un ejemplo. Una vez íbamos con Marta [Castellano, poeta santafesina] en un colectivo de los que tienen asientos que apuntan en ambos sentidos. Ella se sentó de espaldas al chofer, en dirección al fondo, y le dijo “¿me puede avisar cuando lleguemos a tal calle?, porque voy mirando el pasado”. Se lo dijo en serio, no en chiste.
Graciela escribe desde los ocho años, pero editó su primer libro, Umilde, a los cincuenta, “como manera de festejo –dice–, es un libro que quiero mucho porque, si bien la historia no tiene nada que ver con mi familia, hay personajes que están inspirados en mi mamá y mi abuela”. Habla del año 2010. Luego vendría la producción de más libros propios y, sobre todo, de colegas. Antes, una vida familiar y muchos de años de trabajo en el rubro de relaciones públicas y venta de productos intangibles como publicidad, seguros, “tiempos compartidos”. Supo arreglárselas para que esos intangibles un día fueran cuentos, relatos, poemas y novelas.
TS- ¿Por qué publicaste tan “tarde”?
GPR- Porque nunca me interesó publicar lo mío, no me interesa hoy tampoco.
TS- Pero habías ganado concursos.
GPR- Sí, de hecho, si mal no recuerdo, en realidad el primer libro publicado fue Mujeres que encienden el fuego. Ganó en un concurso de Miami y ellos publicaron ese poemario. Umilde también había ganado premios.
TS- Todavía no existía la Editorial Palabrava.
GPR- No, Palabrava empezó en 2011. Por lo menos en ese año empezamos a charlar sobre el proyecto con Marta. Luego se unieron Alicia Barberis y Patricia Severín. Cada una aportaba distintas ideas y nos complementamos como si fuéramos las patas de una mesa.
TS- ¿Y los talleres literarios “Palabravas”?
GPR- Los talleres empezaron antes que la editorial. Los pensamos con Marta y los bautizamos Palabravas. La editorial pasó a tomar el nombre de ahí, pero como Marta finalmente no siguió en la editorial, preferí que el nombre no sea exactamente igual. Por eso uno es singular y el otro plural.
TS- El tiempo que implican todas tus actividades le quita horas a tu producción literaria. ¿Eso te pesa?
GPR- Sí, me pesa, pero no podría ser nada más que una escritora. No podría ser como un marciano que baja de un plato volador a sentarse a leer un poema para los mortales. Es más, no me verás leyendo mi obra en muchos lugares. No me hace feliz eso y yo no hago nada que no me guste… y no hago nada por plata. Hago lo que me gusta y lo que siento que tengo que hacer. Claro que eso me trae un beneficio económico para cubrir lo básico.
Posteridad de colectivo
TS- ¿Tomás notas de las ideas repentinas para que no se pierdan?
GPR- Todo el tiempo, en el colectivo, en cualquier parte. A veces estoy en una reunión importante y alguien dice una palabra que me pierde y no puedo escuchar más nada porque me quedo enganchada en esa palabra.
TS- ¿Y qué hacés con esas notas?
GPR- Es como un material que tengo. El otro día estuve limpiando el Bloc de Notas porque estaba lleno y ya había usado algunas cosas de ahí. Estoy escribiendo un nuevo librito y borré lo viejo para no contaminarme.
TS- Nombraste un par de veces el colectivo.
GPR- Hay una cosa que siempre digo y es lo que más me pinta de cuerpo entero: yo prefiero viajar en colectivo, aun cuando tengo auto. Arriba del auto, siento que me estoy perdiendo la vida. Por eso elijo hacer todo en colectivo, con los nietos a cuesta, yendo y viniendo, en cole y “a pata”, por el contacto permanente con las personas, que para mí es maravilloso.
TS- ¿Pensás en la posteridad de tu obra?
GPR- Sí, pero en relación a mis nietos, porque yo lo viví con mi abuelo. Él era correntino y escribió un libro que se llama Bajo el cielo de Corrientes. De chicos, lo llevábamos a la escuela cuando veíamos temas regionales como fábulas o leyendas. Guardo algunos ejemplares. Pienso en un legado así respecto de mis nietos.
TS- ¿Y por fuera de lo estrictamente familiar?
GPR- No. Sí me interesa dejar una huella en lo que se puede hacer por fuera de sentarse a escribir. Por eso digo que sí a todo lo que me proponen en ese sentido: actividades, talleres, charlas, ciclos. Eso marca un camino para que sigan las generaciones futuras.
TS- Una especie de militancia, porque se relaciona más con lo colectivo que con lo personal.
GPR- Exactamente. En lo personal, sí tengo un sueño (que realizaré, por supuesto). Quiero crear una biblioteca y que cuando yo sea muy viejita, esa biblioteca lleve mi nombre. Más que nada lo veo como ejemplo para mis nietos, así ellos el día de mañana piensan en hacer algo que quede para los demás. Como si todos fuéramos dejando postas.
Cualquier entrevistador se hubiera dado por hecho con ese cierre, pero Graciela hizo un pedido. Quiso que la entrevista finalizara con una frase de Ramtha, que incluyó en “Bar de copas”. Reconoció no saberla de memoria, de modo que fue al cuartito atiborrado de libros y regresó con un ejemplar de ese bello poemario. Se calzó los anteojos, buscó la página y leyó:
“No hay mayor propósito en la vida que vivir por el amor y la realización del ser, y eso solo puede alcanzarse participando en esta vida y haciendo aquello que te produce felicidad, sin importar lo que sea”.
CRÉDITOS: Mariano Peralta.
FOTOS: Pablo Aguirre.