Tal vez el arte empezó a germinar cuando vino a Santa Fe con un año de edad y fue a vivir a la casa que había pertenecido a César Fernández Navarro, artista plástico reconocido internacionalmente. Tal vez todo comenzó cuando a los once su tía abuela le pidió colaboración para restaurar un Santo de la Iglesia del pueblo. O posiblemente del ejercicio temprano de la escucha atenta y comprometida a los que lo rodean comenzó a transformar el universo simbólico necesario para la creación. El origen siempre es difícil de determinar, lo cierto es que Ignacio, Nacho como le dicen todos, es un artista santafesino que no piensa en las limitaciones para vivir plenamente sus pasiones. En el reconocimiento de su distrofia muscular de Duchenne, Nacho configura su itinerario de vida en un sacar a la luz, en una permanente exposición de lo propio, en una insinuante transgresión del límite. Él explora, investiga, pregunta, crea. Se declara en constante búsqueda: un gladiador que ilustra a modo de continente sus obras, como fragmentos de un todo perfecto, como historias encastradas que se corresponden al unísono, como el “ser o no ser” en su máxima expresión.
TS- ¿Qué significa el arte en tu vida?
IE- Significa la ayuda más importante en cuanto a mi salud, a cómo poder llevar esta enfermedad. Tengo una tía abuela que es pintora autodidacta. En el campo le dieron un santo de la iglesia para que restaure y de esa manera me acerqué por primera vez al arte.
TS- ¿Cuántos años tenías?
IE- Tenía once años, después de eso fui a rendir a la Mantovani para ingresar en la secundaria. Hice el secundario completo y después la carrera en Artes Visuales y una especialidad en escultura.
TS- Cuándo decidiste entrar en la Mantovani ¿ya tenías diagnóstico de tu enfermedad?
IE – Sí, la enfermedad que yo tengo es de nacimiento, me la descubrieron a los seis años de edad y caminé hasta los catorce. Cuando dejé de caminar ya estaba en la Mantovani, pienso que fue un buen lugar para mí, el compañerismo fue muy importante. Me aceptaron, me apoyaron muchísimo, me acompañaron. Ellos decían que yo no estaba enfermo. Iba a bailar, hasta un año fuimos a un encuentro de Arte en Luján en carpa, para mí fue toda una aventura. En el terciario cuando tuve mi primera silla motorizada, fui con mis compañeras, “la patota”, a buscarla del mecánico que estaba por Boulevard y Sarmiento. De ahí nos fuimos a la Mantovani caminando con ellas, primero me cagaban a pedo porque iba muy rápido y las dejaba atrás: llegué a la Mantovani a los bocinazos.
TS- ¿Cómo fue la vida luego de terminar la carrera?
IE- Fueron once años seguidos, era mi segunda casa, por lo que cortar el cordón con la escuela fue algo no tan fácil, estaba acostumbrado a eso y de un día para otro se terminó. Yo iba ahí, me encontraba con mi gente, salía de mi casa, fue también una cuestión de madurez. Más allá de lo artístico, es un asunto más emocional y de cariño que tengo con la escuela. Al principio me costaba volver, ir de paseo era un poco duro. Ahora me invitan a exposiciones, a muestras o voy a visitar a profesores.
TS- ¿Cómo fue el rol familiar en tu contención?
IE- Siempre mi familia estuvo atrás de mis necesidades. Mi mamá me llevaba al Colón a ver óperas, tenía influencia de chico de cuestiones artísticas, mi abuelo paterno es pianista concertista, mi tío es escritor, Alejandro Elcoro. Siempre hubo un pretexto artístico en mi familia que nos unía, mi abuela también tuvo una galería de arte en Buenos Aires en los años ‘70. El arte en mi familia estuvo siempre presente.
TS- ¿Son siete hermanos?
IE- Cinco varones y dos mujeres, una familia numerosa, lo que me ha ayudado muchísimo. He pensado muchas veces si hubiese nacido como único hijo qué complicado hubiese sido para mí. No sé si me hubiese podido manejar con tanta facilidad, un hermano si se cansa, entonces hay otro para ayudar, siempre ha habido postas de hermanos. Llegó un momento que ya no quería molestarlos tanto, joderlos a ellos, quería que cada uno hiciese su vida. Voy a la psicóloga, con ella trabajé mucho todo lo relacionado a la necesidad de tener asistentes externos a la familia durante todo el día. Ahora, ellas me ayudan mucho en la cuestión artística. Siempre están colaborando, pintando algún marco, me ayudan a desarmar dispositivos electtrónicos, soldar con estaño. Cuando es un video con fotos, ellas también están poniendo y sacando las cosas del scanner, si estoy en la computadora, a veces me escriben.
TS- Ellas también van aprendiendo con vos.
IE- Sí, la verdad es que dicen que aprenden mucho, me contaban que no sabían escribir bien y van corrigiéndose solas. Es interesante también esto de que me están ayudando a mí, y yo sin querer estoy ayudando a otros.
TS- Sos un tipo bastante inquieto.
IE- No me gusta estar al pedo, de alguna manera siempre necesito estar haciendo algo. La inquietud está en que voy investigando diferentes cosas, trabajo tanto en fotografía, pintura, dibujo, en el espacio como en proyecciones tipo mapping. Me aburre hacer siempre lo mismo, tengo que ir mutando, es mi búsqueda.
TS- Cuando terminás una obra, ¿la cerras o es un espacio abierto en continua construcción?
IE- Cuando siento que la obra está completa, a los archivos no los toco más, es esa foto y soy respetuoso. Me interesa, tal vez, con algo nuevo.
TS- Hace muy poco realizaste una muestra en la Fundación Ramseyer Dayer de Esperanza. ¿Qué viene ahora?
IE- Años anteriores me ponía un poco tenso o nervioso o preocupado del “¿qué viene ahora?” “¿qué hago?” Hoy, voy más tranquilo, tengo pensado hacer unas muestras de dibujos de años anteriores. Así que en este momento, mi trabajo es llevar a enmarcar esas obras. En cuanto a la producción, siempre estoy haciendo algo, voy trabajando un día con la pintura, otro en la compu con la edición de videos, llevo bastante tiempo en eso. Siempre van apareciendo propuestas, me invitaron ahora para proyectar un mural en el Hospital Italiano.
TS- Trabajaste en el Museo Provincial de Bellas Artes.
IE- Estaba trabajando en el Rosa Galisteo pero sentía que no me daban trabajo, que no me daban nada para hacer, entonces dije yo acá no quiero seguir más. Prefiero dedicar mi tiempo a mi arte. Amigos y familiares me decían que yo estaba loco, sin embargo, fue muy buena esa decisión. Fue difícil, me costó, creo que después de verlo a lo largo del tiempo, fue positivo.
TS- ¿Te permitió un mayor crecimiento como artista?
IE- La verdad es que sentía que perdía el tiempo y también cabeza. La cabeza te dice: estás con esto, tenés que ir al museo, tenés obligaciones. Yo no quería ser un ñoqui, cobrar un sueldo sin hacer nada. Siento que con mis cuestiones artísticas me manejo independiente, también gracias a mi familia que me permite eso. Siempre fui una persona que sabe lo que hace y me gusta manejarme solo, es mi manera de ser. Pude llegar a ser artista, lo que era mi intensión. Realmente estoy muy satisfecho de haber logrado todo lo que hice.
TS- ¿Cuál es tu motor para no caer en crisis?
IE- He tenido crisis, de chico, tal vez una vez por mes tenía una crisis por miedo a la silla de ruedas, y me ponía un poco mal. Si me agarraba una crisis una noche, lloraba un rato y al otro día me levantaba con todas las ganas. Me desahogo y al otro día le meto pata de vuelta.
TS- ¿Alguien funcionó como referente en cuanto a tu enfermedad?
IE- Un referente fue Marcelo Villegas que era presidente de la Asociación de Distrofia de Buenos Aires, tenía una enfermedad parecida a la mía, estaba en sillas de ruedas y tocaba el órgano. Hemos ido a programas junto a mi mamá, cuando yo caminaba y tenía 8 años, a dar a conocer la enfermedad ya que contaba con un alto nivel de desconocimiento. Marcelo era 15 años más grande que yo. Tal vez ahí me di cuenta que sí se pueden hacer cosas.
TS- ¿Qué considerás indispensable en el proceso de la enfermedad?
IE- Ser tratado como uno más, mi familia me trato siempre así. Los he hecho renegar, hacia cagadas y tenía mi penitencia. Yo agradezco eso, mi médico les dijo trátenlo como uno más. Yo estaba yendo a una escuela privada cuando me descubrieron mi enfermedad, estaba en segundo grado. Me hicieron repetir porque falte dos meses y me mandaron a segundo grado de nivelación y me trataban realmente como pobrecito, mi mamá vio eso y me cambio de escuela, por suerte.
TS- ¿Y te pasaron a una escuela pública?
IE- Sí, fui a escuela común y creo que eso tiene que ver también con que te traten como uno más. He conocido chicos con esta enfermedad y los padres no lo llevan ni a la escuela, el chico esta ahí y no lo quieren ni mostrar. Para mis padres no habrá sido fácil.
La escuela Mantovani y la gente que me rodea tiene que ver también con el empuje que tengo fue una etapa intensa en la que viví realmente. Hice lo que quise: hacer una carrera y demostrar que se puede. Me colma ayudar a otras personas desde mi lugar, mucha gente que no habla con nadie, habla conmigo de sus problemas, me gusta hablar y darlo todo para que la persona mejore. Esto y el arte me hacen feliz.