Ana María Fabry se reconoce signada por el agua, al punto de llegar a sueños y de sueños a pesadillas, las que en algún momento intentó exorcizarlas a través de la pintura, pero no. El agua que corre en un fluir permanente, el agua que nunca es igual ante la luz, esta atracción, es parte de lo que aún necesita definición. Sin embargo, es el elemento que más la define, cálida, transparente, inquieta, en constante fluir.
En esos momentos de absoluta felicidad – recuerda- parada sobre un pequeño puente rodeado de arrayanes en un verano barilochense cuando se dijo: “Me prometo nunca olvidarme de mí”, tenía ocho años y lo recuerda, lo revive y lo reafirma en cada una de las etapas de su vida.
Lejos quedó el pintorcito y las tizas que frustraban sus trabajos por no poder “dibujar finito”. Ella eligió troquelar papeles y armar sus propias escenografías hasta llegar la etapa de vergüenza adolescente. Luego devino la danza, el francés y el dibujo. Desde San Francisco arriba a Santa Fe con el mandato familiar de estudiar abogacía, aunque sus entrañas pedían Bellas Artes. Muy joven y en una ciudad desconocida, la causalidad se interpone cuando al salir de rendir su ingreso a la carrera asignada “encuentra” en la vieja librería Olegario Tejedor un cartel que le anuncia, le dice, le grita: “Último día de inscripción en la escuela de arte”, allí el giro hacia lo que verdaderamente deseaba jugó una vuelta al destino, se interpuso y siguió su sinuosos camino.
La pintura: un lenguaje oculto
De este modo llega La Mantovani, su etapa de estudiar apasionadamente para ser artista, pintar todo el día en el taller de Julio Botta, como afirma: “La pintura es un lenguaje oculto muy fuerte que lleva toda la energía”. Esa búsqueda la lleva a encontrarse luego con Andrés Dorigo, reconocido artista local de su referencia: “Él me enseñó con una gran generosidad y yo pensé que eso no podía quedar así, que si en algún momento de mi vida yo daba clases tenía que ser exactamente eso.”
Diez años de permanencia en una importante Galería de Buenos Aires, dieron la tranquilidad económica para poder vivir y criar a sus dos hijos, sin embargo cuando sintió que la estaban obligando, que la estaban llevando a pintar lo que ellos querían, “muy sutilmente, pero yo lo sentía medio agresivo” renunció para continuar con su búsqueda. Ana María dice: “hoy soy lo que quería ser cuando era chica, artesana, yo cuando era chica quería ser artesana en las sierras, bueno, este verano… fui artesana en las sierras.”
El pintar es parte de s
u esencia, afirma, pero parte de su vida es dar lo que sabe, porque lo disfruta también, se preocupa porque la gente pueda sacar lo que tiene de alguna manera y que lo sienta, lo conmueva: “en mi taller pasa eso y a mí me gusta mucho” expresa con una sonrisa de melancólica satisfacción, y continúa: “El paso por este mundo es aprender lo que te interesa, disfrutar de lo que es la vida y después, cuando uno es viejo terminar comiendo asado y matándote de risa, no terminar como un pintor ilustre.”
Su obra es su vida cotidiana, algo vivió o vió, como ella lo define: “nada de lo que hago está alejado de la realidad que vivo, lo que hago es un 90% de mí y un 10% de imaginación” y ese vivir la encontró con una importante intervención quirúrgica que la puso en jaque con sus pinturas: “Se me había desplazado la tráquea, después de la operación, por lo menos yo, quedé muy deprimida, me sentí muy desprotegida. De pronto empecé a mirar mis cuadros y me dieron mucha tristeza, me produjeron lo que les producía a las personas, mucha melancolía y no pude volver”. Etapa en la que había empezado a no pintar y a tomar la decisión de hacer objetos pero hoy está retomando muy tímidamente: “estoy empezando a redescubrirme en otra paleta más amable conmigo, estoy siendo más buena conmigo.” Y una vez más, refirma su promesa realizada en aquel puente.
Los hijos: la pasión de su vida
En un instante los ojos de Ana María se iluminan, mira hacia afuera, regresa lentamente, me mira y comienza a hablar de sus hijos sin poder, ni querer disimular el orgullo que la invade: “Con el más chico tengo una relación absolutamente pasional y con el más grande nos hemos criado como hermanos, con muchas carencias y cuando falta la plata, sobra tanta creatividad, en todo. Él más grande vivió eso conmigo, era correr las pinturas para poder poner la mesa, pasa todavía hoy, no? Ahora corremos las de él y las mías.” Siempre tras la búsqueda de lo simple que la hace feliz, Ana afirma: “Uno tiene siempre muchas cosas que se le van poniendo en el camino, pero yo te juro que me levanto, me sacudo y sigo y sigo, y cuando no doy más solo tengo que mirar a mis hijos.”
Any sostiene que “vive en modo artista porque artista es el que cocina con ganas, el que le pone onda y pone una florería con todo el amor del mundo, y que vos pasás y te enamorás. Para mí todos son artistas: mi abuela que no sabía ni una sola receta y vivía dándonos de comer cosas exquisitas, toda las personas que hacen cosas con pasión son artistas, y no te estoy metaforizando nada, para mí, artista es la persona que hace algo con pasión. Yo soy artista como cualquiera de nosotros, tenemos desarrollada una capacidad especial para la pintura, para el asado, para la pastelería o para ayudar a otro. Esta es mi concepción de artista, sino no hubiera renunciado a una galería de arte nunca.”
No tengo nada, afirma, tengo una bicicleta amarilla y esa es mi riqueza, entonces vos me decís ¿podés vivir del arte? Y con lo que yo necesito sí, no necesito casi nada.
Ser lo que es
Hoy quiere ser abuela, quiere que sus hijos sean felices, quiere que tengan esa pasión que tiene ella, que les quede el ejemplo que tuvieron desde chicos, la no arrogancia, que se manejen por la vida con naturalidad: “nadie es tan importante, ni tanto ni tan poco”. Deseo tener amigos, sostener a los amigos que tengo, querer a quienes quiero, aunque no sé si me quieren pero querer a quienes quiero me importa mucho, cuidarlos, mis hijos, siempre mis hijos, y para mí pretendo, nada, no puedo pedir nada porque tengo lo que quiero, luche toda mi vida por ser lo que soy.”
CRÉDITOS: Marcelo Jorge
FOTOS: Pablo Aguirre