DESEAR, PERDER, SANAR
La historia se desarrolla en la Clínica de Los Soles donde un grupo de personas se reúne en lo que es un intercambio de sus soledades, desequilibrios emocionales y enredos amorosos. La vida pasa como un constante intento de soportar. En una sola escenografía que juega a ser lo real y lo imaginario, donde hay vida y muerte, locura y dolores, lo no dicho se vuelve karma. El estallido. El amor no puede ocultarse en las caras, la mirada y los sueños. La fiesta en la danza de los cuerpos y las voces que cantan lo que sienten, ese espacio donde se sueltan los cuerpos y las verdades.
Julieta Vigo se inspira en Tío Vania de Chéjov para hacer una obra atrapante desde la presencia enorme e iluminada de Carolina Cano que en su papel de la bella Elena, recibe al público con un acento francés y la invitación a la alucinación y el juego.
¿Cuál es el límite en la entrega del amor? ¿Cómo resistir al deseo? (Quién dijo que hay que hacerlo?). ¿Hasta dónde puede llevarnos la locura por la pérdida, la del otro, la de uno mismo? “Qué hermoso eso que no pudiste contener”, dice una de las mujeres. ¿Por qué lo que no es certero es lo que hay que resolver? Habrá que controlar las pasiones para no desatar el caos/la fiesta de impulsos y azares, reprimir lo que es querido para no perder el eje (en nosotros no sólo hay eje, hay líneas, sombras, huecos…).
Los intereses de los personajes están mal puestos. El objeto inalcanzable es Elena para El Doctor, la lucha, su amor, que le escupe, para acorralarla y desvanecerse en ese salto que ella no da. El Doctor es Lucas Ranzani, uno de los actores con mejor manejo de su voz en escena, jugando con sus ritmos e intensidades, con dicción perfecta. Tanto con ella como con su cuerpo de saltos, baile, golpes y poses, con su también llamado Antonio, regala instantes de enamoramiento en su mirada perdida en Elena, así como atraviesa la dureza de su dolor llevándolo al punto del melodrama y la exageración. El lugar del saber baja a encontrarse con los demás para ser uno más, desencontrándose e internándose en el pesar a igual que los otros. El deseo del que es ignorado y rechazado está en Guillermo Frick. Interpreta a un personaje que pasa de lo silencioso de su padecimiento a la descarga de la intolerancia en un acto de violencia y miedo, y más desolación. Sonia es exceso y honestidad, la más expuesta y en carne viva. Selma López hace uno de los personajes más divertidos que en sus gestos y guiños provoca gran atracción en el público. El Mario Mariano de Adrián Cáceres es el no-amor. El actor interpreta a la especie de machista que se cree ganador y engaña, logrando un querible personaje.
Julieta se ríe (recurso útil, si lo hay) para que no sea tan oscura la realidad del desamor. Se ríe de esos que se pierden tratando de encontrar (se), andando por espacios alternativos para dar respuestas a tantas preguntas, para calmar el dolor, salir de un estado opresivo, simplemente sanar. Y allí, una clínica con el retrato de simpáticos personajes que van mostrando de a poco el mal que padecen, y que es el que los hace ser de un modo particular. El desamor atraviesa el grupo, los cuerpos y la palabra, y la autora suaviza la acidez del mal trago con divertidos pasajes de ironía y humor. Si el psicoanálisis es la cura por la palabra, Vigo recurre acá a registros de humor para hablar del dolor, de la ausencia del ser amado, de la imposibilidad del amor. El grupo con-vive desnudando sus carencias e intentando tomarse de las manos en el desequilibrio de no ver salida a la tristeza.
Un espectáculo que tiene una interesante historia interpretada por un grupo que está sin dudas entre los mejores del escenario local. Estos actores divierten y conmueven a la vez con marcadas individualidades donde se disfruta cada uno en la extremidad de cada personaje, así como juntos en perfecta sintonía en esa fiesta del encuentro que se extiende a las butacas.