Sunchales es una ciudad santafesina ubicada a 135 kilómetros  de la capital provincial. En ese interior del interior en el que suele ser más complicado replantear conceptos, Maria Elena Festa en los 80 propuso una nueva mirada sobre la discapacidad. Licenciada en educación especial, dió acción a sus ideas, co creó una escuela y se capacitó de manera permanente en función de sus proyectos. Hoy, después de pasar por la dirección escolar y la actividad en el ámbito público, después de haber sacado un libro en colaboración, divide su tiempo entre las clases dictadas en la universidad, el acompañamiento a sus hijas (las músicas Lula y Marilina Bertoldi), el disfrute del abuelazgo y el estudio como actividad imparable. “Creo que lo peor que podemos hacer cuando sabemos algo es quedarnos con eso. Mi idea ahora es multiplicar como sea la posibilidad de pensar colectivamente”.

 María Elena Festa empezó su carrera con el título de profesora en educación especial. Después agregó la licenciatura, la diplomatura en ciencias sociales y el doctorado en educación. “Fueron distintas etapas en mi vida porque cada paso fue naciendo de una búsqueda, una búsqueda que tenía que ver con lo que me iba presentando el contexto. Y siempre trataba de encontrar respuestas teóricas a preguntas que surgían con los desafíos de la práctica”. Aunque los estudios, las capacitaciones, los trabajos y esa búsqueda permanente la llevaron a distintos puntos del país y del exterior, su ciudad natal, Sunchales, sigue siendo su lugar de asentamiento.

Discapacidad y educación

Corría la primera mitad de los 80, con una apertura democrática reciente, cuando una muy joven Elena comenzó a cuestionar las características que revestía por entonces la educación especial, que se destinaba a los chicos que tenían problemas en la escuela típica. Infancias que tras una evaluación psicopedagógica eran excluidos de la escolaridad común. Junto a una colega, Mónica Hoyos, se preguntaron adonde estarían las infancias con discapacidad y las encontraron circunscriptas al límite de sus hogares. “Era una población que se dejaba de lado en lo educativo y que se la consideraba más para rehabilitación que para una escuela. Entonces, empezamos con un proyecto educativo propiamente dicho para personas con discapacidad”. Así nació Candi, con unos cinco alumnos con trastornos severos del desarrollo cuyos padres creyeron en la idea. Al año siguiente el número se duplicó, al tercero constituyeron una asociación civil y hoy es una escuela consolidada en Sunchales, en la que Elena transitó 24 años como directora.

“Trabajamos casi tres años ad honoren porque nuestra meta era probar que era posible generar un espacio distinto para las personas con discapacidad con el ojo en la educación. Salir del campo de la salud para entender que esas personas tenían también otro potencial y que la educación podía ayudarlas en ese campo”. Las maestras gestoras del proyecto sacaron a esas infancias de sus casas y ampliaron su universo con una escuela, paseos a plazas, vida en sociedad. Una beca para profesionales jóvenes de países en desarrollo llevó a Elena a principios de los 90 a Canadá. “El modelo que ellos promovían era un modelo de educación con base comunitaria, que tenía que ver con esto de promover que la comunidad tome la inclusión en la educación de las personas con discapacidad. Ahí me encuentro con que el mundo me estaba diciendo cosas que de alguna manera nosotras estábamos haciendo de manera más intuitiva Me cargué de experiencia para seguir aplicando acá”.

Trabajar por lo que falta

Una vez que se le dio espacio educativo a infancias con discapacidad y cambiados algunos conceptos; ¿Qué pasaría con los niños a los que hasta entonces se dirigía la escuela especial?. “Ese chico quedaba totalmente excluido de un montón de cosas, además de lo que ya traía tal vez por su pertenencia social. La educación especial era el último eslabón en el rubro educativo. Nosotras pensábamos que tenían que estar en la escuela común”. La realidad seguía abriendo preguntas. Fue entonces cuando Elena comenzó estudios más amplios en cuanto a la comprensión de lo social. Así se abrieron para ella las puertas como docente de los niveles terciarios y universitarios. “Sigo siendo profesora en la Universidad Nacional del Litoral, en la licenciatura en educación especial”, cuenta.

También apareció la posibilidad de actuar en el ámbito público, siempre en materia educativa. Elena estuvo, primero, en la secretaría de desarrollo humano y social de la Municipalidad de Sunchales y después en el Ministerio de Educación provincial, siempre en el ámbito de su especialidad. Fueron seis años, más de los que hubiera esperado según relata, pero la idea de “ahora tengo la oportunidad de hacer algo” la impulsaba con fuerza. A fines de 2022, Elena y Marta Ciuggia de Stratta, quien fuera su profesora, sacaron el libro “Escritos y trazos sobre educación especial”, un conjunto de textos en los que abordan el tema de la discapacidad. Fue uno de sus trabajos allí incluidos lo que la llevó a Brasil a disertar sobre la vida independiente de las personas con discapacidad y el poder que tiene la educación en ese sentido.

En un artículo titulado ‘Inclusión en clave de preguntas’, Elena se planteó interrogantes sobre la forma en que se pone en práctica este concepto. “Es una palabra totalitaria que no representa los procesos globales que vive una persona con discapacidad. Creo que hay que revisar hacia adentro los procesos para no quedarnos sólo en las palabras”. Desde el año pasado las autoras están trabajando con la Defensoría del Pueblo de Santa Fe y realizando relevamientos y talleres en distintos puntos de la provincia. Los resultados han mostrado un estado de situación preocupante. “Hay que pensar que no todas las personas con discapacidad necesitan lo mismo. Sea en el contexto que sea, lo importante es que reciban una mirada integral que los tome como personas con lo que eso significa: sueños, intereses, deseos y en la que se incluyan todas sus necesidades, entre ellas, las educativas escolares”. Elena entiende que quienes tienen una discapacidad no sólo necesita estar en un aula. “Hay mucho para hacer, es difícil en un contexto como el que estamos de tanta complejidad económico financiera que tienen las provincias y con políticas nacionales que poco piensan en las personas”.

Ser y hacer desde el interior

“La gente del interior siempre la tiene más complicada”, señala Elena en relación con su formación y actividad. “Primero porque en el campo del conocimiento tenés que ir hacia donde están las fuentes y eso muchas veces es en Capital Federal. Yo he viajado muchísimo para rodearme de gente que estaba en lugares más avanzados. Escuchaba para aprender, para formar parte. Eso implicaba también organizar mi vida con mis hijas que eran pequeñas”. Elena destaca la presencia y empuje de sus progenitores, Hermelinda, profesora de música y coreuta hasta el final de su vida a los 96 años, y Fernando, empleado de una empresa de seguros de la zona, como así también del padre de sus hijas. Las críticas no faltaron, incluso de pares mujeres. “Cosas que no se cuestionan a los hombres”, subraya. Pero allí estaba con presencia fuerte esa madre que, tal vez sin ponerlo en palabras pero con un apoyo y acompañamiento concretos, la impulsó a avanzar.

Actualmente jubilada, Elena comenta que “sigo trabajando en áreas que me interesan. La educación especial es un campo muy rico en el que hay mucho por hacer”. Y continúa estudiando y compartiendo saberes y experiencias. “Creo que lo peor que podemos hacer cuando sabemos algo es quedarnos con eso. Mi idea ahora es multiplicar. Multiplicar como sea la posibilidad de pensar colectivamente”. Y viaja mucho para acompañar a sus hijas. “Yo no se si pude agradecer a mi mamá todo lo que hizo por mí pero la cadena sigue para adelante”.

Texto: Julia Porta

Fotos: Guillermo Reutemann @negativo_uno

Make up: Victoria Anaya @victoria.anaya