Magui Medina: “La fotografía abre en mí el acto creativo”
Un lazo sólido une a la niña que recorta una foto de cuerpos girando en el aire con la joven que hoy se dedica a la fotografía de danza. Y hay una línea de tiempo que no alcanza los 30 años en la que se mezclan genes cargados de arte, mudanzas varias, dos ciudades y una mirada destinada a capturar lo que parece incontenible. El movimiento es eje en la vida de Magui Medina, fotógrafa santafesina radicada en Buenos Aires. Es objetivo de su cámara pero también esencia de una existencia que no deja de pulsar por lo que anhela.
Una vida en movimiento
La foto es en blanco y negro, cuatro cuerpos describen un círculo casi perfecto, sólo uno de ellos tiene apoyo en el suelo. Aunque congelado, el movimiento es inherente a la imagen. Magui Medina tenía unos 11 años cuando decidió cortar esa foto de una revista de diseño y guardarla en una especie de cajita de tesoros visuales. El nombre de la autora, Lois Greenfield, aparecía en el epígrafe pero fue una búsqueda muy posterior la que vinculó a la fotógrafa estadounidense con la foto guardada y con su propia historia. “La recorté y la guardé porque me llamó la atención y muchos años después, cuando la reencontré dije: mirá, como ya estaba yo persiguiendo cosas ahí”
Magui, bautizada Magdalena, en algún momento Kleur (color en holandés), nació en Santa Fe un 25 de noviembre de mediados de los 90. Hija de Cecilia, docente de música, directora de teatro, guionista, actriz y de Luis, músico integrante de la banda del Negro Aguirre, creció respirando arte. “No era muy parecida a mis compañeras de la primaria; mis intereses iban por otros lados”. Quizá por eso no le afectaron los cambios de barrio ni de escuelas hasta que llegó la adolescencia y la secundaria. “Cuando entré a la Mantovani (escuela de arte de la ciudad de Santa Fe) empecé a ser yo”.
Fue por esa época que Magui y su familia (mamá, papá y dos hermanas menores) se mudaron temporalmente a la capital del país. “Ese momento fue clave en mi vida porque me di cuenta de todo lo que había acá en Buenos Aires. Yo flasheaba con el tren que pasa por debajo de la tierra (risas). Todo me parecía fascinante”. Después de un año, retornaron a Santa Fe. Magui regresó a su escuela de arte y las cosas retomaron su curso. Aunque ya nada sería igual para ella. “Yo internamente había vivido un montón de cosas. Fue como un paréntesis pero un paréntesis muy importante”. El viaje la había cambiado y quitado cualquier atisbo de miedo ante la posibilidad de vivir ahí. “Descubrí que Bs As me parecía gigante pero amigable”.
Años después, en 2021 con la pandemia aún marcando destinos, Magui se mudó a esa ciudad. Terminada la secundaria y el estudio de fotografía, las imágenes de cuerpos en movimiento ya eran parte de su camino. También había una carrera universitaria avanzada, licenciatura en diseño de la comunicación visual, con una tesina que completaría como habitante de la gran capital. “Yo sabía que necesitaba salir de Santa Fe para conocer más el mundo aunque no sabía bien por qué”. Y allí estaba Buenos Aires, lugar que guardaba amistades de aquel año paréntesis. “Nunca sentí que me lanzaba al vacío. Sabía que había red”.
Unir intereses
“Gran parte de lo que soy es gracias a que mis papás siempre me impulsaron a hacer talleres de todo: de cine, de fotografía, de escultura, de teatro, de canto”. De los lenguajes aprendidos, la fotografía fue lo que capturó su atención. “Cuando iba a los viajes de la primaria me llevaba una camarita digital, recortaba fotos de revistas y las guardaba en una caja de recuerdos. La fotografía abre en mí el acto creativo. Que haya algo para ver y capturar y no una hoja en blanco me da mucha seguridad. Siento que me apalanco en lo que ya existe”. Magui cuenta que le interesan mucho los retratos, que la danza suma a su búsqueda pero que de por sí una persona ocupando activamente un espacio ya le dispara ideas. “La intervención humana en el contexto a mí me cuenta una historia”.
Magui relata que la danza siempre estuvo por ahí en su vida. Es sobrina de Noel Sbodio, una de las redactoras de la ley nacional de danza, tomó clases de jazz, de folklore, de contemporáneo. Pero más que bailar ella ama fotografiar a los cuerpos que bailan. Y en la unión de sus intereses, la bailarina, docente y coreógrafa Cecilia Romero Kucharuk, tuvo mucho que ver al proponer a una magui de 17 años sacar fotos de un ensayo. “Cecilia para mi es clave. Siento que confió en que yo podía juntar esas dos partes de mí y eso fue fundamental”.
¿Qué significa fotografiar cuerpos en movimiento? ¿El estudio y un buen equipamiento alcanzan? “La herramienta te puede beneficiar mucho, te permite una calidad visual muy buena pero hay algo que no puede suplantar y es el ojo que está detrás. Yo creo que la fotografía se genera primero en el cerebro. Luego pasa a través de toda la mecánica de nuestros ojos a nuestros dedos y se visualiza finalmente en una imagen. Pero la fotografía arranca en la mente. Cuando vas caminando, ves algo y pensas ‘que linda foto’, ahí ya la sacaste, antes de apretar el botón”. Magui sostiene que es importante tener conocimiento y sensibilidad sobre del tema que se fotografía. “En mi caso implica entender el lenguaje de la danza. No solamente saber si el cuerpo está bien colocado (que es muy importante) si no cuáles son las palabras que se usan, cuales las fortalezas a marcar y las debilidades a cuidar. El ámbito de la danza es muy cruel en muchas cosas. Es hermoso todo lo que se ve pero hay también mucho trabajo, disciplina y dolor que se intenta no mostrar. Cuando una bailarina está arriba de una punta no la está pasando bomba pero en su rostro, en su cuerpo hay una entereza y un disfrute que trasciende ese dolor”. Magui lo sabe y ha comprendido cuál es su lugar allí. “MI rol en esos lugares no es solamente el de sacar fotos sino también el de acompañar, algo que trasciende lo fotográfico”.
Entre dos ciudades
Después de varios cambios, hoy Magui vive en el porteño barrio de Palermo con una amiga que conoció en aquel 2011 del paréntesis. Cuenta que “de Santa Fe extraño la naturaleza en determinados momentos. Por ejemplo la costanera este de noche con amigos o el parque federal en otoño a la siesta”. De Buenos Aires le fascina la propuesta cultural permanente. “Me motiva, me mantiene en movimiento”. Consume fotografía en formato digital y opta por visitar las muestras de arte contemporáneo. Prefiere las series a las películas. “Me gusta el formato de micro relato”. Le interesan en particular las producciones argentinas con su narrativa convertida en una especie de “espejo muy lindo”. Se define como “una máquina de escuchar música” y cuenta que las playlists acompañan esas horas de edición con la mirada fija en la pantalla. Cuenta que le gusta la música que impulsa a moverse, que escucha jazz e indie y que le encanta el funk.
La fotografía ocupa un alto porcentaje de sus jornadas; sacarlas, seleccionarlas, editarlas son el eje alrededor del cual se suceden las otras actividades. Un día en su vida tiene también paseos al aire libre, yoga, journalism, lectura, recorridos en bicicleta. Hace danza, claro, por estos días con una egresada del teatro Colón que mixtura movimiento con escritura creativa. “Ahí se me juntaron un montón de cosas lindas”, dice quien tiene entre sus proyectos el escribir un libro. Ha ampliado los objetivos de su cámara a yoguis, equilibristas y marcas de ropa alineadas con su manera de ver la vida. Hay sueños y deseos siempre y sabe que en algún momento los logrará como ha ocurrido antes, como ocurre ahora. “Me decía yo voy a ser fotógrafa de danza y voy a trabajar de esto. Contra viento y marea lo estoy logrando”. Y abrazada por esa ciudad enorme, una Magui radiante asegura “Me siento agradecida y abundante porque estoy haciendo lo que siempre quise hacer”.