Carlos Thays IV. Desciende del gran paisajista, sigue con su legado y asegura: “Todavía no existe un jardín bien argentino”
Su impronta se advierte en los diseños de cascos de estancias, de hoteles y de parques y jardines en las principales ciudades del país
Su nombre y apellido son sinónimo de los parques y jardines más reconocidos. Carlos Thays es bisnieto de aquel Charles Thays que diseñó los más importantes espacios verdes del país, y que fue director de Parques y Paseos de Buenos Aires. “Thays (bisabuelo) decía que el espacio público tiene que educar, entonces no podía haber un espacio público sin un Jardín Botánico, porque no son meramente para ir a correr y jugar al fútbol, sino para generar vínculos con la naturaleza. Y los mejores vínculos, como ocurre en todos los órdenes, se dan cuando más los conocés”, dice.
Son cuatro generaciones con el mismo nombre y apellido e idéntica pasión por el paisajismo, que comenzó con Charles, siguió con su abuelo Carlos León y luego con su padre Carlos Julio. Es heredero no sólo del nombre, sino de la pasión por los parques.
Candela, una de sus hijas, que vive en el exterior, abrazó la misma profesión y es la quinta generación de paisajistas. La impronta del linaje se advierte en los diseños de grandes cascos de estancias, de hoteles y de parques y jardines en las principales ciudades del país. Hoy está al frente del estudio que lleva su nombre.
Junto a su padre conoció las más variadas plantas y de su mano aprendió cómo cambian con el paso de las estaciones, dándole distinta fisonomía a parques y jardines. Así conoció las historias de jardines botánicos y de los más importantes parques que crearon su padre, su abuelo y su bisabuelo en la Argentina. Igual que sus ancestros, y como también lo hicieron sus hermanas Angélica e Isabel, decantó por la carrera de paisajismo, desarrollándola de una manera tan integral como quienes lo antecedieron.
Entre las obras más destacadas de su estudio menciona parques en estancias en la provincia de Buenos Aires –”me encantan siempre”, afirma–. El tratamiento paisajístico del Metrobús; el Hotel El Casco en Bariloche; el Parque Metropolitano de la ciudad de Rafaela, Santa Fe; el Parque del Bicentenario en la ciudad de Salta; grandes parques en San Martín de los Andes, El Bolsón y Cholila; jardines en España y chacras en Uruguay.
Hoy, asegura, el paisajismo es una disciplina más abarcativa que hace años. Además de diseñar un jardín, se ocupa de pensar las ciudades, la costa de los ríos, los bosques, los parques públicos, deportivos o recreativos. Reconoce que todo se vincula al diseño, al ser humano y a la tierra, cómo se vive y qué se hace con ella. “El jardín sería la quintaesencia del paisaje para mí. Es la relación más fuerte que puede tener una persona con un lugar. Es de altísima subjetividad”. Según el paisajista, el jardín trae a la mente variadas imágenes, lugares y tiempos: “Eso es lo maravilloso del jardín, que es inagotable”.
Lo que caracteriza a su estudio es la diversidad de trabajos que realiza y la pluralidad de miradas, que nada tiene que ver con supuestas tendencias. “A mí, felizmente, me da la sensación que las modas y las tendencias cansaron a los jardines. O los jardines y las personas se cansaron de ellas. Porque los jardines tienen, valga la metáfora, las raíces en la tierra, un clima, días y noches que son más húmedos, más secos, más o menos lluviosos”, añade.
En los últimos 20 años hubo una reacción mundial que transformó al jardín en “una excusa para expresar algo local y conseguir mayor arraigo con lo que es el suelo y el lugar de uno”. Este cambio se evidenció en los 90. “Con la globalización ciertos lugares perdían identidad. Empezamos a hablar de no lugares y de culturas que perdían fuerza porque eran tomadas por otras”, describe. En este contexto, los jardines comenzaron a mirarse hacia adentro, buscando aquello que les era propio.
“Se empezó a decir, si acá existen estas plantas, estas mariposas, estos pájaros, estos árboles, ¿por qué no hago un jardín con este lenguaje, más de este lugar?”. Sin embargo, el paisajista considera que todavía no existe un jardín bien argentino. “Sí dejamos de copiar otros jardines, aunque todavía le falta el alma argentina”. Para el experto, los jardines son muy personales y subjetivos ya que se hacen para el propio tiempo, para vivirlo, para acordarse de algún jardín que alguna vez se haya vivido. En síntesis, se trata de una experiencia “y esta experiencia tiene que ver con esta casa, con este lugar”, añade.
Thays advierte que antes el paisaje estaba asociado a lo bello y el paisajista debía hacer cosas lindas. Ahora se entiende que la belleza pasa por los vínculos. “¿Para qué querés un jardín? Para que te pasen cosas en el jardín. No para que se vea lindo cuando abrís la ventana. Es para ver cómo crece y cambia”.
Otro gran cambio está relacionado con el cuidado del medioambiente. “Antes podíamos suponer que la naturaleza estaba en el jardín. Hoy sentimos, con alguna incomodidad y bastante inquietud, que nuestro jardín no es la naturaleza y que a la vuelta de la esquina la naturaleza se está calentando en el aire, se está contaminando, está perdiendo la biodiversidad”, señala.
Ya no alcanza con que el jardín sea lindo y prolijo, sino que sea eco de ciertos procesos. “En primavera queremos que haya mariposas, pájaros y sabemos que esos pájaros son parte de una naturaleza mayor que contiene al jardín, es dinámica y está obrando. Puede estar mejor y nosotros somos parte de eso –afirma–. ¿En qué se traduce el mayor compromiso con el medioambiente? En jardines más habitados por pájaros e insectos, con presencia de mayor diversidad.
“Esto se logra eligiendo especies de plantas nativas, que atraen pájaros e insectos o, sencillamente, especies que conviven bien con otras especies”, detalla. Entre las autóctonas y de fácil mantenimiento, que sobreviven a los más diversos climas, menciona ciertas gramíneas, como la paja brava, salvias, la floresta azul, las lantanas (que atraen mariposas) y las damas de noche.
Cinco generaciones dedicadas a la misma pasión y comunicadas por un hilo conductor que las mantiene unidas. “Mirar una planta o un sitio muchas veces. Te lo muestra tu padre y te enseña que al mirarlo siempre hay algo nuevo, algo distinto. Es una mirada muy fuerte sobre lo que ocurre en el paisaje. No en el paisaje como escena, sino en el devenir del paisaje. Cuando era chico, mi padre nos decía “miren tal planta, cómo ahora se va a poner, miren cómo cambió este lugar, cómo creció esto, miren el río cómo está hoy, cómo van a florecer ahora tales árboles”.
¿Algún pendiente? “Me gustaría sentarme en una silla, debajo de un árbol gigante, en otoño, y contar todas las hojitas que se caen. Una por una, desde el principio hasta el final. Me encantaría, me encantaría.Nunca podré hacerlo. Siempre imagino la cantidad de hojitas que caen de un árbol, que vuelven a brotar y vuelven a caer y vuelven a brotar. Qué cosa más rara…”
FUENTE: La Nacióm