DE LAS PRIMERAS HISTORIAS INFANTILES A LA CONSAGRACIÓN COMO UNO DE LOS PROMOTORES MÁS IMPORTANTES DE LA NARRATIVA, EL PERIODISMO Y, AHORA TAMBIÉN, EL CINE. EL PRECURSOR LOCAL DEL CROWDFUNDING ASEGURA QUE LA COMUNIDAD QUE FORMÓ CON ORSAI ES SU MAYOR TESORO Y AUNQUE SE MANTIENE FIEL AL VIEJO OFICIO DE CONTAR, YA NO PRETENDE QUE LA GENTE VUELVA A LOS LIBROS.

Inquieto, innovador, siempre buscando nuevas formas de conectar a su comunidad con la cultura, a la película La uruguaya le sumará pronto varios proyectos con grandes exponentes del arte, el deporte, la actuación y la literatura, mientras sigue presentándose en vivo y compartiendo relatos en las mañanas del programa radial Perros de la Calle, como ese que llegó al propio Lionel Messi, a días de consagrarse Campeón del Mundo con la Selección Argentina.

Casciari piensa sus respuestas y se muestra abierto a todas las preguntas en una jornada intensa por la promoción del film dirigido por Ana García Blaya sobre el libro de Pedro Mairal. Detrás de cada una de las etapas estuvo Casciari, como lo está en cada detalle de la Comunidad Orsai, ese universo que eleva la apuesta proyecto tras proyecto, y que mantiene vivo a este mercedino que duerme poco, trabaja mucho y siempre, siempre, tiene un cuento para contar.

–Pareciera que cuando crecemos perdemos esa fascinación por que nos lean un cuento, ¿por qué pensás que sucede?

–Nunca perdemos las ganas de que nos cuenten una historia, de hecho el mundo está armado para que cambien los formatos, pero que nunca te dejen de contar una historia. La sensación que tengo es que a mí me gusta tanto contar historias como escuchar buenas historias, soy un gran consumidor; estoy hablando de Héctor Gagliardi y de Luis Landriscina, estoy hablando de ser chiquito, de las historias que me contaban mis abuelos… Pero yo muy rápido empecé a leer, muy muy rápido, tuve una suerte grande de tener libros y de leer mucho, pero mal: como hoy un adolescente maratonea una serie, yo maratoneaba un autor y a lo bestia.

Al principio cosas muy juveniles pero después me di cuenta de que no eran tan juveniles. Chesterton tenía un personaje llamado Padre Brown, que era un detective, y Sir Arthur Conan Doyle tenía uno llamado Sherlock Holmes, y Agatha Christie tenía uno llamado Hércules Poirot, y para mí eran series de televisión.

–¿En la escuela contabas lo que habías leído?

–Lo contaba, ¿y sabés lo que pasaba? Yo notaba con mucha fuerza que a los chicos, a mis compañeros, les encantaba que les contara, pero no me pedían un libro en la puta vida, yo quería prestarles los libros y que ellos también tengan esa misma pasión.

–Y no pasaba.

–No, me decían: “Pero contámelo vos”. Y, un día, me acuerdo patente, estábamos en la Liga de padres de familia, donde la cancha de bochas tenía un reglamento que habían puesto en madera y uno de mis amigos se puso a leerlo en voz alta y leía para el orto. Ahí tomé conciencia: claro, si este chico leyera así Sherlock Holmes, no le va a gustar.

Me pareció que ahí estaba la cuestión, y ya más de grande también lo supe: en general, mucha gente no tiene el ejercicio de la lectura tan afianzado como para entender qué cosa es un punto y coma, qué cosa es una coma, qué cosa es un dos puntos y dónde está el énfasis de la ironía y cómo se cuenta. Entonces creen que la literatura es aburrida.

Yo lo que incorporo es la posibilidad de decir, en vez de empezar un relato de la forma habitual, decirte: “No sabés lo que me pasó ayer” y la atención aparece. El que nunca lee se pierde el enorme disfrute de lo que significa que te entre una historia en la cabeza, no importa cómo ya, yo no pretendo que la gente lea, hay un tremendo multitasking ahora, la gente está en ochocientas cosas al mismo tiempo; la lectura, dos horas de lectura, es para ricos. O sea, no podés estar al pedo con los ojos para abajo.

–En esto de contar historias, vos hacés homenajes también, por decirlo de alguna manera, ¿es buscado eso en una sociedad que muchas veces se acuerda tarde de reconocer a sus figuras?

Sabés que no sé… pero al mismo tiempo sé que nosotros en Orsai les prestamos mucha atención a quienes nos formaron. Somos muy agradecidos al viejo Enrique Symns, a Horacio Altuna, a Marcel Souto, a Mempo Giardinelli y la revista Puro Cuento, a Carlos Ulanovski, al Negro Dolina. Esos que en nuestra adolescencia eran los que mirábamos y decíamos: “Tenemos que hacer eso, tenemos que ser esos, tenemos que acercarnos a esa gente”.

Vivíamos en un pueblo, Buenos Aires era como una especie de panacea, teníamos 15 años y nos gustaba eso, nos gustaba la gráfica, nos gustaba la radio, nos gustaba el cine, las revistas… entonces yo no sé qué onda, yo no sé tampoco si es verdad que no somos en general agradecidos, no sé si es verdad. Sé que hay en esta época, por cuestiones de vorágines comunicacionales, un gran individualismo, obvio que lo hay, pero no siento que personas como Juan Alberto Badía no sean reconocidas, no lo siento, creo que sí son reconocidas.

Lo que pasa es que a veces estamos muy imbuidos en nuestras propias realidades y pareciera que no, pero si salimos un cacho, no siento que seamos un pueblo olvidadizo de nuestros artistas. Me parece que están pasando cosas todo el tiempo que nos hacen mirar para otro lado. Pero sacando el microclima, si limpiamos un poquito como si fuéramos forenses de la escena, me parece que hay un pueblo con una enorme tradición cultural que todavía no ha muerto y que sigue resistiendo.

–Y en esa tradición, impulsaste la película «La uruguaya» con una manera muy particular de producirla, ¿cómo se te ocurrió la idea del financiamiento colectivo?

–Cuando ya tenés una comunidad solvente de la que sos amigo, y ya sabés que hay mucha gente, empezás a pensar distinto, a pensar con esa gente de aliada. Entonces cosas que para nosotros con Chiri (N. de la R.: el director y guionista Christian Basilis es amigo de la infancia de Casciari y juntos fundaron la revista Orsai en 2010) a los 19 años eran ideas trasnochadas hoy, con una comunidad que te soporta, son grandes ideas porque hay gente que quiere que eso ocurra.

Cuando empezó la revista Orsai encontramos un tesoro fabuloso en esa comunidad, para nosotros es nuestro faro. Haremos películas, el año que viene vamos a hacer más, capaz que nos pasamos a hacer teatro colaborativo en la Calle Corrientes, capaz que nos pasamos a hacer monopatín, lo que sea, pero la revista es el faro, sin ella no hay nada ¿por qué? Porque es lo que hablamos antes, es una forma de hacer una gráfica del siglo XX en el siglo XXI, es como una forma de decir: “Che, Argentina hace esto”.

–Una idea romántica.

–Completamente, es como un símbolo, cuando tenía 19 años y estaba saliendo de Mercedes para Buenos Aires, yo quería eso. La parte de hacer películas, volviendo a la raíz de la pregunta, es una continuación orgánica, son las cosas que nos gustan: los libros, las revistas, las series, el cine. Empezamos armando esto y cuando esto empezó a salir de taquito, porque después de muchos años de ser autogestivos tenemos una espalda alucinante en lo económico, la revista nos quedaba chica a nivel desafío y orgánicamente el siguiente desafío era el cine.

Nunca dejamos de hacer esto con Chiri. Nunca. ¿Cómo hacés para mantener esto 15, 20 años? Lo mantenés únicamente si te interesa en serio el juego y a mí lo que más me interesa es el juego, la timba: dame esto, te doy esto; si me das un poquito de esto, te doy la mitad. Jugar, jugar, jugar… Nos gusta porque es divertido y porque todos los proyectos que tenemos son fabulosos, no podemos creer que un día venga Felipe Pigna y otro, Tamara Tenenbaum, el Dibu Martínez… Son unas mezclas rarísimas porque es la comunidad y no hay una bajada unívoca.

Fotos: Gaspar Kunis

Fuente: El Planeta Urbano