Si los años 60 abarcan el nacimiento de una revolución cultural planetaria, Argentina sembró en el mismo período una producción particularísima, plena de identidad, en la obra de sus artistas. En cuanto al “rock del país”, esa siembra floreció, a la par del cine, y quedó tallada en vinilo en la siguiente década: 1973 resultó así un año todavía insuperable en cantidad y calidad discográfica. A su vez, este miercoles 8 de febrero se cumple también medio siglo del estreno de «Hasta que se ponga el sol»: icónico documental que refleja todo aquello.
Fue entonces la consolidación de aquellos LP cuyos autores habían “aprendido a ser” en el decenio previo y destacarían por conjugar el primer rock en español del mundo: a diferencia de España, México, Uruguay, Colombia (Los Bravos, Teen tops, Ritchie Valens, entre otros) los pioneros locales no traducían del inglés ni componían en ese idioma, sino que construían una poética propia, ligada a su realidad específica sudamericana, suburbana, siempre accidental.
Así, dentro de este lustro enorme –¿qué hay más relativo que el tiempo?– desatado en 1968, la Argentina alcanzó en 1973 su año de oro para la incipiente electricidad de guitarras y voces empuñadas con poesía que abrían paso a psicodelias, protestas, conquistas.
Los fundacionales
Al calor de la recuperación democrática, y tras el impulso del Cordobazo, en el 69, la ventana que abría la democracia desató una tormenta creativa. A 1973, en definitiva, corresponde el nacimiento de gemas fundacionales que marcarían todas las tendencias posteriores de la “música moderna” vernácula: debut discográfico de León Gieco (con título homónimo); segundo LP de Sui Generis “Confesiones de invierno”, repleto de hits (Rasguña las piedras, Aprendizaje y el que da título al disco, por mencionar algunos). Por su parte, el ex Almendra Edelmiro Molinari sacaba el segundo LP de su banda: Color Humano 2.
A aquellos clásicos se sumarían, en el mismo año, «Pappo´s Blues volumen 4», con Black Amaya, Alejandro Medina y el prolífico David Lebón, que en 1973 graba en seis álbumes de los diez abarcado por este repaso, haciendo las veces de baterista, bajista, guitarrista, tecladista y hasta lanzando su propio primer disco solista.
También del 73 data la feliz rabia de la banda spinetteana confirmada en el “doble de Pescado” (así se popularizó el disco que incluía un mítico cuadernillo con letras y dibujos) y, en continuidad con dicha placa, la hechicería de Luis Alberto Spinetta plasmada a solas en su deslumbrante “Artaud” placa que, aunque se asignó a Pescado Rabioso por cuestiones contractuales, era un solista de Luis con invitados varios.
¿Qué más se le podía pedir a nuestros próceres eléctricos? La avanzada del ’73 y su influencia ramificarían en bosques de estilos, músicos, letristas y tendencias: ni siquiera la dictadura obtusa y criminal del ’76 pudo interrumpir ese torrente, que seguiría expandiéndose contra toda bota o mordaza.
Juventud, divino tesoro
¿Qué contexto signó aquellos doce meses en particular? Un protagonismo generacional había prodigado, desde los tempranos 70, la participación política, el fervor de Montoneros y su respaldo al mítico regreso definitivo de Perón. No en vano, el apodo de “Tío” a Cámpora, es decir, el hermano del “Padre” líder: todo un síntoma juvenil hecho lenguaje.
El 31 de marzo del 73, Billy Bond y sus músicos de La Pesada, invitados a tocar en un festejo de la Juventud Peronista en la cancha de Argentinos Juniors protagonizaron una anécdota que pinta la época: “Antes de subir al escenario –recuerda Billy en una entrevista– un tipo me dijo que gritara’¡ Viva Evita!’. Al minuto llega otro que me dice que ni se me ocurra hablar de Evita: ‘Decí, ¡Viva Isabelita!’, me ruge. Pero otro que viene al rato me ordena que mencione a Cámpora. ¡Me confundieron tanto que a la semana terminé yéndome a Brasil!”.
Los festivales BArock de 1970, 1971 Y 1972 organizados por Daniel Ripoll ya habían mostrado una convocatoria de crecimiento exponencial. El rock iba en ascenso y ganaba público. El onganiato de los 60, persiguiendo con sus tijeras a los hippies, había fracasado: el pelo no paraba de crecer, y la música tampoco. Las discográficas, empresas al fin, no la dejaron pasar. Y fueron parte de esa bendita cresta.
El vinilo como estandarte de una comunidad
La industria cinematográfica local, que crecía a la par del rock, produjo un aporte clave a esta explosión: Phonalex, donde se mezcló el sonido de emblemáticos films nacionales, fue un neurálgico estudio de grabación de la movida.
En esos días, inesperados músicos de melena, zapatos con plataforma y ropa de colores inquietaban al personal: experimentaban haciendo tomas en los pasillos, llevando micrófonos al baño para registrar percusiones con reverberación y otras rarezas: «Pescado 2», «Artaud», «Confesiones de invierno», «Color Humano 2», entre otros, se grabaron allí.
Todos para uno
No es posible concebir el hecho discográfico anual que aquí reseñamos sin referir la raíz del iceberg: un movimiento, un modo de creer, convivir y relacionarse propio de la generación entonces joven, que emergía en música. Aquello fue, ni más ni menos que la cima de un acontecimiento colectivo.
Y si, por ejemplo, un desencontrado Spinetta se alejaba de Black Amaya y Carlos Cutaia (respectivamente baterista y tecladista de Pescado Rabioso) para acometer el increíble «Artaud» –cumbre solista y total del gran juglar criollo– aquello mismo era también parte de un organismo que se expandía desplegando caminos nuevos, bifurcándose tercamente en otros, al decir borgiano.
David Lebón, sin ser el único, es paradigma de la misma red que sostenía e impulsaba orgánicamente a los artistas. “El Ruso” hizo todo e hilvana a todos: bajista en Pappo´s Blues y en Pescado Rabioso (donde a su vez tocaban el futuro Máquina de hacer pájaros Carlos Cutaia y el ex Pappo´s Blues Black Amaya); guitarrista en La Pesada y en Sui Generis (cuyo baterista Juan Rodríguez y bajista Rinaldo Rafanelli integrarían luego junto a Lebón la banda Polifemo); baterista en Color Humano (del ex Almendra Edelmiro Molinari); tecladista en Espíritu; cantante o coreuta en todas las formaciones por las que pasó. Lebón fue uno de los protagonistas, en suma, de esos infinitos cruces –aquí se refieren apenas algunos– donde el cosmos del arte procreaba su pulso a pura fertilidad.
“Flaco, no te sobra una moneda / quiero estar la vida entera/ escuchando rocanrol / Flaco, esta noche toca Pappo / tengo un mambo que me caigo/no me lo puedo perder…” bramaban Billy Bond, y luego el propio Charly (aun vilipendiado artísticamente por el susodicho guitarrista) por si quedaban dudas de una voz hermanada y colectiva, incluso en la disidencia estilística.
Hasta que se ponga el sol
Exactamente el 8 de febrero de 1973 se estrenaba “Hasta que se ponga el sol”, la película realizada a partir de Daniel Ripoll, artífice de los sucesivos festivales BArock (donde participaban las bandas aquí referidas) según él mismo recuerda este miércoles, en las redes sociales: “al día de hoy es una de las películas más vistas del cine argentino, por millones de personas de varias generaciones y ganadora, además, del gran premio Cóndor de Plata del cine nacional».
Ripoll -quien fuera también creador y editor de la mítica revista de rock Pelo- agrega en la evocación: que el título elegido para la película «fue extraído del mismo slogan que yo usaba para el festival desde 1970. La frase, en realidad, hacía del defecto virtud; se refería (y advertía) que al caer el sol nos teníamos que ir todos porque los militares no nos permitían hacer música de noche. Hoy parece inconcebible, pero en esos tiempos de terror y prepotencia era así…”
El recuerdo, en definitiva, completa la evocación de un torrente imparable, de esos que marcan la historia y definen a una comunidad en la traducción de sus artistas, sus exponentes irremplazables.
Sí; fue hace medio siglo y mucho ha cambiado: corría el año 1973, salían algunos discos. Nada menos que estos. Se tejía la espesura fundante del rock nacional. De su potencia y pulsión, de su paisaje escarpado, prodigioso, deslumbrante.
Fuente: Télam