«El territorio y el cuerpo de las mujeres son el campo de batalla y de resistencia… Nuestra prioridad es poner en el centro la vida, no sólo la nuestra, sino las de una humanidad que naufraga.»
Yayo Herrero
Los datos estadísticos no dejan lugar a dudas: la desigualdad tiene género. El 70% de las personas pobres son mujeres, a pesar de que realizamos el 66% del trabajo a nivel mundial. Somos dueñas, solamente, del 2% de la tierra. Ocupamos el 10% de los cargos directivos y jerárquicos; por igual tarea que los varones, ganamos entre 27 y 30% menos. Destinamos casi seis horas diarias a las tareas de cuidado y mantenimiento del hogar. El 85% de las familias monoparentales están a cargo de una mujer.
El escenario descripto vuelve imprescindible la denuncia y la demanda, como lo venimos haciendo desde diferentes espacios y ámbitos, de políticas públicas que reviertan las condiciones estructurales que generan y perpetúan la desigualdad. En ese sentido, vale la pena recuperar el invalorable aporte que ha hecho el feminismo en pos de visibilizar y analizar lo que acontece y sus causales en relación a las mujeres y disidencias; pero no alcanza. A nuestro criterio, esta perspectiva puede y debe enriquecerse con las contribuciones que viene realizando el movimiento ecologista.
Complejizar la mirada
Nuestro sistema socioeconómico se basa en un modelo de desarrollo que pone al mercado y el capital por sobre las personas y la naturaleza. Este esquema de acumulación se sigue reproduciendo a partir de la explotación, dominación y control de los cuerpos, los territorios y las comunidades. El mecanismo es sutil, pero efectivo. Se sostiene, por un lado, en la invisibilización de las tareas de cuidado, limpieza y mantenimiento que las mujeres realizamos cotidianamente. Por otro, en la negación del rol fundante que cumplen los bienes comunes en el sustento de la vida.
Todo, absolutamente todo lo que conocemos, deseamos y necesitamos nos es provisto por la naturaleza. Es el ecofeminismo el que nos brinda las herramientas necesarias, para interpretar la realidad desde la complejidad que ésta reviste, cuestionando los modelos de producción, los canales de distribución y el sistema hegemónico de comercialización. También nos posibilita analizar aspectos secundarizados de la dimensión política del cuidado, resignificando todas y cada una de las actividades que realizamos, fundamentales para garantizar la gestión y el sostenimiento de la existencia en su conjunto.
Pensar la transición hacia el ecofeminismo
Promover acciones colectivas que tiendan a proteger los bienes comunes implica, fundamentalmente, poner en debate las prioridades impuestas. Redefinir qué, cómo y para qué producimos; pero también qué y por qué consumimos. Nuestra apuesta debe no sólo velar por nuestra propia sobrevivencia y la de los territorios que habitamos, sino también —y en ese proceso—, transformar la mirada, interpelar los pareceres, visibilizar lo oculto. Inaugurar nuevas formas del hacer, pensar y estar en el mundo, derribando las normas heteropratriarcales que nos están arrastrando hacia un punto de no retorno.
Hoy, más que nunca, se hace indispensable poner la vida en el centro. Construir proyectos consensuados que generen alternativas a la crisis humana y planetaria, desde una perspectiva feminista y ecologista. Porque un mundo más justo, sustentable e igualitario, no sólo es posible: también es urgente.
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Texto: Liza Tosti – Antonella Sobrero
Nombre de sección: Ecología