Ricardo Haye, académico de merecido prestigio y obligada consulta sobre el fenómeno radiofónico; de reconocimiento nacional e internacional, estudioso y, fundamentalmente, un amante de la radio desde hace muchos años pasó por Santa Fe, dictó un Seminario de Radio Arte, se encontró con alumnos del Instituto Superior Nº 12: “Gastón Gori” en el día del Locutor y habló con TODA.
En esta charla reflexiona sobre la radio actual, la necesidad de enriquecerla con más temas y plantea, casi como un deseo, la necesidad de volver al relato. Con una mirada muy particular y de gran sustento intelectual, analiza, destruye y construye la radio, a su altura y semejanza.
TS- ¿Qué análisis hace de lo que se escucha en la radio hoy?
RH- No quiero que por algunos juicios que puedo hacer, quede la impresión de que tenemos una mala radio, no es así y no es lo que yo pienso. Si doy esa impresión lo corrijo por adelantado. Escuchando mucha radio, incluso radios de muchas partes del mundo, he sido receptor de radios que francamente dan pena y no me parece que sea el caso de la Argentina. Nosotros tenemos una radiodifusión que tiene altos, altísimos, niveles de penetración popular en diversas capas de la sociedad, pero por sobre todo en diferentes capas culturales y la radio conserva aún hoy altos índices de credibilidad, muy bien ganada en algunos casos y muy discutible en muchos otros. Es una base firme y segura sobre la que se puedeconstruir propuestas útiles para audiencias diversas.
Todo lo que expongo lo hago desde el deseo de que arribemos a una radio mejor que la que hoy podemos escuchar. Cuando digo mejor, lo digo con un doble sentido: por un lado la radio debe ensanchar sus agendas temáticas y las alforjas temáticas de la radio merecen, deben enriquecerse incorporando unidades de sentido que hoy no están participando del torrente discursivo de la radio, esto tiene que ver con los aspectos de fondo. Y por otro lado, en relación con las formas digo que la radio debe enriquecer su cualidad expresiva, volviéndose un espacio de fruición estética, de deleite perceptual, de gratificación al oído.
TS- Charlando con los alumnos del 12 lo escuché hacer una analogía con una de las ciudades invisibles de Ítalo Calvino. ¿Qué tiene que ver eso con la radio?
RH- Zirma, es la ciudad invisible a la que hace referencia Ítalo Calvino. En Zirma, decía Calvino, todo es redundante, todo se repite. Y comienza a poner ejemplos de Zirma: la muchacha que pasea un tigre con una soga, el loco que esta colgando de un balcón pensando en tirarse o no; las cosas se repiten mucho. Cuando leí la referencia de Calvino se me ocurrió pensar qué relación hay de esto con la radio, tal vez un poco forzada, pero buscada al fin. A mí me parece que si llegáramos a Zirma, veríamos con un poco de angustia que al recorrer el dial de este lugar, alguno se va a encontrar con la misma oferta temática y discursiva en un montón de radios que pululan y sobrevuelan el dial. Es decir, después de hacer esta asociación un tanto forzada, se me ocurrió pensar, ¿y acaso nuestra realidad es muy diferente a la de Zirma? Y entonces recordé aquello que dicen varios autores, las radios han asumido la tendencia a parecerse entre sí, pero peor aún, las radios han asumido a parecerse cada día más a sí mismas; 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Entonces uno circula por las radios y encuentra los mismos discursos, los mismos enfoques, los mismos temas.
TS- A usted que es un estudioso de la radio, ¿qué le provoca esto?
RH- Mi sensación en principio como oyente, me indica que estamos sometidos a un discurso unívoco que carece de demasiadas alternativas. Y a mí esto me perturba e intento ponerlo en discusión con los que serán los futuros profesionales de los medios.
TS- Ese es un punto interesante, ¿cuál es el lugar de los profesionales de los medios en esta historia?
RH– Bueno, un aspecto a abordar es el espacio de formación de comunicadores. A mí me parece que las más bellas voces – en el caso de las y los locutores- las pronunciaciones más excelsas y aquellos discursos que evitan pudorosamente la esdrujulización – todos sabemos que es una desgracia- no sirven de mucho cuando están pronunciadas por cerebros baldíos. Yo creo que la formación de nuestros profesionales tiene que atender a las cuestiones técnicas pero también tiene que proveer los insumos necesarios para que los discursos crezcan en sentido, en riqueza.
Nos podemos preguntar por ejemplo: ¿cómo hacer para que nuestra propuesta sea distinta? ¿Cómo hacemos para ponerle rasgos identitarios a nuestra propuesta para que sea rápida y fácilmente distinguible de otras propuestas?
Y me parece que las respuestas van en un doble sentido: uno de ellos es el que tiene que ver con el contenido, con el fondo de la cosa e insisto con esto, creo que hay que ensanchar las agendas temáticas. Tenemos mucha radio que hace un ejercicio parasitario, que se limita a aspectos simplemente reproductores: el día que no salen los diarios hay muchas radios que tiemblan. Menos mal que hay diarios digitales y actualizan un poco la información, hace unos años atrás no había y cuando el diario no salía temblábamos. Hoy recordaba que en el año 1935 Gerardo Matos Rodríguez, el autor de la cumparcita, hacía un programa de radio leyendo los diarios, en 1935, como para que veamos que la pólvora no se descubrió antes que ayer. Cuando no era leer los diarios era leer la tapa de los discos.
Creo que nosotros tenemos que recuperar potencia creativa, original y propia, sin depender tanto de “fusilar” textos ajenos. Este es el concepto que orienta la idea de una radio productora y no una radio reproductora.
TS- ¿Cómo podría ser el camino para mejorar la radio?
RH- La agenda temática de la radio de nuestros días podría nutrirse de muchas propuestas que hoy están ausentes en las emisiones. La tendencia casi excluyente al seguidismo informativo condena a las programaciones a una tiranía de la realidad que nos aleja de contenidos imaginativos en los que la fantasía bien podría constituir un atalaya desde el cual seguir mirando esa misma realidad, sólo que asumiendo otras perspectivas, probablemente menos dogmáticas.
Y así como el aspecto semántico ofrece vacíos, desde el costado de las formas se advierte una gran reiteración que condena a las audiencias a paisajes sonoros monocordes y carentes de variedad.
Nada de todo esto intenta expresar que la nuestra sea la peor de las radiofonías pero, indudablemente, en ambos aspectos podría ser mejor de lo que es.
TS- ¿El arte es una respuesta para poder nutrir esa monotonía de la radio?
RH- Sin duda alguna, existen enormes posibilidades de edificar una poética radiofónica artística. Sólo hace falta que nos permitamos más y mayores audacias expresivas; que recombinemos los elementos de nuestro texto sonoro para que el uso indiscriminado y abusivo de la palabra no sacrifique su vitalidad, para que la música despliegue a cabalidad sus usos y funciones y no se limite a actuar como “ingrediente barato que llena el tiempo” o como mera división entre bloques verbales, para que el silencio explote toda su intensidad dramática y comunicativa y para que los efectos sonoros generen espacialidad y trasunten movimiento.
Un hombre que yo respeto mucho, musicólogo canadiense, Murray Schafer, es el autor de un concepto que se llama soundscapes – paisajes sonoros- alguna vez lo escuche quejarse amargamente que la radio no tenía un espacio consagrado al ocaso o al solsticio de invierno. Y desde su profundo humanismo y defensa del naturalismo, reclamaba esos espacios para la radio. Pero sí hay una serie de espacios consagrados y reiterados a lo largo de todas las programaciones: que si nos dicen cuál es la agenda de los funcionarios, que si nos dicen que está colapsada la Avenida del Libertador y cuál es el flujo de autos, y a decir verdad qué me importa eso si yo vivo en la Patagonia o estoy de visita por Santa Fe.
Es así que creo que estas cuestiones deben ser atendidas y debemos estar preparados para enfrentar estas situaciones con criterio subversivo, esta realidad que merece y necesita ser modificada.
TS– ¿Qué tendríamos que aportarle a la radio?
RH- No me gustaría dejar una perspectiva mesiánica con aquello de “para salvarla tendríamos que aportarle…”, por lo que modifico el planteo: Para enriquecer la radio de nuestros días debiéramos hacerle recuperar capacidad de preproducción. Me encantaría que tengamos acceso a propuestas de mayor elaboración previa, en las que la repentización y el “espontaneísmo” no acaben por condenarnos a la chatura de las formas y el escaso espesor conceptual de los contenidos. También quisiera que nuestra radiofonía acreciente su voluntad de relato. No para que vuelva a contar las mismas historias que mantenían al borde de las sillas a nuestros abuelos, sino para que alimente su torrente discursivo con una narrativa impregnada de las temáticas y los estilos expresivos de nuestra época. En la medida en que los propietarios de los medios abandonen el mezquino propósito de obtener las máximas utilidades con el mínimo esfuerzo y que los trabajadores de la radio derrotemos nuestra propia pereza intelectual, las audiencias se verán gratificadas con un producto más noble y nutriente.
Publicaciones: “Hacia una nueva radio” (Paidós, Buenos Aires, 1995), “Otro siglo de radio” (La Crujía, Buenos Aires, 2003) y “El arte radiofónico”. (La Crujía, Buenos Aires, 2004).
CRÉDITOS: Gerardo Picotto Marino
FOTOS: Pablo Aguirre