Llega fin de año y, cualquiera sea el contexto en que estemos inmersos —este, sin dudas, será memorable—, son tiempos de reflexión. De revisar, con mayor conciencia o menores negaciones, lo que fuimos capaces de concretar. Lo que postergamos. Lo que no pudimos. En fin, nos sometemos a ese momento sublime: el de decidir qué pondremos en nuestras metas de cara al año próximo. Y en ellas nos empeñaremos, dispuestos a sortear los avatares cotidianos para alcanzarlas.
Disfruto esta instancia. La sensación de proyectar es para mí especialmente grata, incluso cuando ya empiezo a ensayar las excusas que podré esgrimir para no realizar eso que siempre queda entre mis pendientes. Transitar el recorrido entre lo logrado, las dificultades y lo nuevo, nos actualiza en nuestra versión más omnipotente y vulnerable al mismo tiempo. Tensión particularmente humana. Única e ineludible.
Sólo que, en esta ocasión, no quisiera contarles acerca de planificar. Sino de las certezas, esas poquitas, que nos permiten hacerlo. Las que construimos, las que moldeamos, las que confirmamos a lo largo de la vida. Nos dan identidad. Las que nos llenan de sentido. Nos cimientan. Nos hacen quienes somos. Y lo que queremos hacer.
Hoy quiero hablarles de esas premisas: las que me han hecho abrazar el movimiento ecologista. Y las que espero, anhelo, que podamos compartir. Porque necesitamos ser cada vez más quienes nos animemos a proyectar un futuro colectivo.
Decálogo
- Tenemos este único planeta, susceptible de albergarnos en nuestra humanidad. Azul y verde. Imponente. Endeble al mismo tiempo. El que nos contiene, pero no resiste nuestra ambición extractivista y egoísta.
- Celebramos la diversidad, en todas sus manifestaciones y colores. Y formas. Porque nada en la naturaleza es lineal, ni ortodoxo. Ni siquiera predecible.
- Sostenemos que es un derecho universal e inalienable acceder a alimentos suficientes, sanos y nutritivos. Con el sesgo propio de cada cultura. Y los secretos de cada familia. No puede ser un privilegio. Jamás.
- Ser ecologista es ser feminista, porque la lógica que se ensaña con las mujeres es la misma que oprime a la naturaleza. Y porque debemos terminar, definitivamente, con cualquier forma de segregación, desigualdad y violencia.
- Reivindicamos la cooperación frente a la exacerbación de la competencia. La subsistencia, sobre todo para los seres humanos, no hubiera sido posible sin el cuidado amoroso de Otros. Tan sencillo. Tan difícil de aprender.
- Nos gusta más la palabra bienes que recursos. Bienes de los cuales podemos disponer, sustentablemente, para garantizar nuestra existencia, preservando al resto de las especies con las cuales cohabitamos la casa común. Desterrando la supremacía que nos creímos por tantísimos años.
- Sólo desde la particularidad de cada territorio y en comunidad, construimos ciudadanía, la que nos otorga derechos, pero también nos obliga a ser conscientes de nuestro tiempo y del entorno.
- Cuestionamos la arremetida que todo lo privatiza. Y lo vuelve incuestionable. Incuestionable es haber llegado a este punto de la historia sin el aporte generoso y solidario de nuestros antepasados, que nos heredaron semillas, notas musicales, escritura, dioses. Y no nos pidieron nada a cambio.
- Somos con otros, desde los inicios. Y hasta la despedida. En cada acción, por más pequeña que sea, está presente la huella de la otredad: la del cobijo, el aprendizaje, el amor. Incluso el desencuentro. Por eso no habrá salida sino es colectiva. Será juntos. O será difícil que sea.
- Y finalmente, porque estamos de paso. Crea lo que cada quien crea de lo que suceda después. Este transcurrir, tan efímero, nos compromete en el presente sabiendo que seremos herencia. Para quienes vendrán, podrán recordarnos por la desidia y el desamor. O por la osadía de haber alentado la transformación hacia un mundo más igualitario, justo y sostenible.
¿Quién te dice? Quizás, entre tus objetivos, hacia el 2021, nos encontremos por ahí.
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Texto: Liza Tosti
Nombre de sección: Ecología
Edición: N° 82