La actual presidenta de la Academia Argentina de Letras acaba de publicar Sueltos de lengua, en el que repasa con una gran dosis de humor los errores y horrores que los argentinos cometen diariamente en el uso del español.
Como don Quijote de la Mancha, el héroe máximo de la literatura española, en Sueltos de Lengua, la lingüista Alicia María Zorrilla emprende una batalla desigual. Pero no enfrenta a molinos de viento, sino a los errores y horrores en el uso del español que escucha o lee cada día. Para delicia del lector, decide hacerlo con humor y transformar su pesquisa de incorrecciones sintácticas y léxicas en una sucesión de anécdotas desopilantes de la vida cotidiana: un diálogo en un taxi, un trámite bancario, los avisos clasificados de una inmobiliaria.
«Si le late un párpado, aunque sea en forma leve, al oír un «haiga». Bienvenido. Póngase cómodo», invita desde el prólogo del ensayo, publicado por Libros del Zorzal, el escritor Roberto Gárriz. Lo que sigue es un repertorio de muletillas exasperantes; diatribas contra la coma entre sujeto y predicado; los pronombres posesivos repetidos hasta el hartazgo, como calco del inglés; desórdenes sintácticos varios y recopilaciones de zócalos televisivos que hablan de cadáveres no tan muertos y de carteles que anuncian: «Prohibido defecar perros».
La doctora Alicia María Zorrilla es presidenta y miembro de número de la Academia Argentina de Letras, y miembro correspondiente hispanoamericana de la Real Academia Española. Se doctoró en Letras en la Universidad del Salvador y obtuvo la licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Es, además, profesora especializada en Castellano, Literatura y Latín. Es autora de Retrato de la novela, La voz sentenciosa de Borges, Diccionario de las preposiciones españolas. Norma y uso, Dudario. Diccionario de consultas sobre el uso de la lengua española, Diccionario gramatical de la lengua española. La norma argentina y Diccionario normativo del español de la Argentina.
-T: Luego de escribir gramáticas y diccionarios, encara un texto en clave de humor, ¿ya perdió las esperanzas de lograr que se hable y se escriba mejor?
-Alicia Zorrilla: Jamás perderé las esperanzas de que se hable y se escriba mejor. De hecho, mis alumnos así me lo demuestran, y también otras personas que me manifiestan la voluntad de lograrlo. Hablar y escribir con decoro significa respetar la propia identidad y a los demás hablantes que deben entender nuestros mensajes. Mi libro Sueltos de lengua no es un divertimiento, sino un llamado a que se reflexione sobre la lengua, sobre lo que tantas veces se dice sin pensar y provoca hilaridad. El humor no se opone nunca al aprendizaje y es tan serio como este; al contrario, sonriendo se fijan los conceptos, se enderezan los usos. Mi objetivo es que cada ejemplo permita aprender con una sonrisa y tomar conciencia de los dislates.
-T.: ¿Cuánta culpa tienen las redes sociales de que nuestro idioma goce de buena salud, pero nosotros estemos enfermos?
-A. Z.: Las redes sociales no son culpables de nada ni enferman a nadie. El que conoce bien su lengua sabrá usarla en sus escritos formales y en los que no lo son, y no recibirá influencias adversas.
-T.: ¿Cuál cree que es el principal vicio o el más generalizado en el habla de los argentinos?
-A. Z.: El vicio más generalizado es no demostrar interés en no tener vicios lingüísticos (ausencia de preposiciones cuando los verbos o los sustantivos las requieren; dequeísmo; queísmo; oraciones inconclusas; anglicismos, galicismos e italianismos que tienen sus equivalentes en español; redundancias; gerundios apabullantes, etcétera). La lengua es para algunas personas algo que llevan puesto desde su nacimiento y no reparan más en ella. Los seres humanos debemos comprometernos con los valores y no ignorarlos como un impedimento en el camino. La lengua es un valor tan grande que nos convierte en personas.
-T.: Entonces, ¿cree que es posible desterrar las muletillas?
-A. Z.: ¡Por supuesto! Todo depende de proponérselo. ¿Cómo puede ser que una misma persona lance un «digamos» y lo repita hasta el cansancio matizado con un «esteee»; después, un «¿me explico?», como si su interlocutor careciera de entendimiento; más tarde, un «¿me entiende?», rematado con un «¿sí?» para verificar la claridad de su discurso o el estado cerebral del que lo escucha, o comience cada oración con el poco sesudo «a ver» entonado con solemnidad? A veces, agrega un «¡dale!» adornado con «nada», el bastón más deseado para sortear los baches que crea la pobreza léxica.
-T.: ¿Cómo recolectó tantos ejemplos? ¿Buscó deliberadamente que recorriesen todos los campos de la comunicación y, en algunos casos, proviniesen de productos populares como la serie Alf o la comedia del Chapulín Colorado?
Siempre centro mi búsqueda en la realidad lingüística argentina. Aprovecho los programas periodísticos; los zócalos televisivos, que me sorprenden cada día más; esos diálogos que parecen retazos que nunca pueden unirse; los titulares y las noticias de los diarios, y mucho más. Vivo atenta en espera de un milagro: que todos hagan el esfuerzo de hablar mejor. Tal vez, un día, las palabras sean consideradas obras de arte.
-T.: ¿Cree que el desorden sintáctico, en algún caso, es metáfora del desconcierto en que se vive?
En muchos casos, es, sin duda, espejo del desconcierto en que vivimos, de estos tiempos «líquidos» —como diría Zygmunt Bauman—, en que, muchas veces, la gran preocupación reside en que no falte lo superfluo, pero esas oraciones que sufren tantas fracturas y no hay yeso que las componga también revelan carencia de estudio y de lecturas. Está muy bien estudiar inglés u otros idiomas, pero mejor sería que primero se sintiera la necesidad de estudiar profundamente el nuestro.
-T.: El libro omite una tendencia creciente en el lenguaje de los argentinos, que es el uso del inclusivo. ¿Cree que es un error o una variante de la lengua?
-A. Z.: Como ya he escrito y hablado sobre el tema, no me pareció pertinente repetir mi posición lingüística en este libro. El lenguaje inclusivo no responde a la Morfología española, sino a una actitud sociopolítica. Considero que no es necesario reemplazar vocales o elegir consonantes como la x para referirse a la diversidad sexual. Lo importante es reconocer que existe esa diversidad y respetarnos mutuamente, ya que el respeto es amor. Demostremos que podemos darlo sin discriminarnos. Recuerdo ahora las sabias palabras del autor de
El Principito, el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry: «Lo esencial es invisible a los ojos».
-T.: Los distintos apartados recorren vicios y malas costumbres de algunas profesiones o rubros: periodistas, agentes inmobiliarios, taxistas, pero deja afuera a los abogados, ¿tiene alguna predilección por el sector?
-A. Z.: En este libro, no hablo de ellos, pero ya lo hice en obras anteriores. No obstante, diré que algunos abogados cometen errores y lo saben. No son amigos del gerundio, pero lo usan sin culpa; se abstienen de la puntuación o la desparraman en los textos libremente; se les pide una sintaxis concreta, un lenguaje claro, y redactan oraciones de más de treinta líneas. De cualquier modo, otros hoy tratan de enmendarse para que sus escritos sean comprendidos por todos. El esfuerzo es promisorio.
Fuente: Telam
Créditos: Eva Marabotto
Fotos: La Nación web