Darío habla de sus comienzos en el mundo del arte, de puertas abiertas «al arte, la cultura y la educación», especifica. «La Casa» exhala esa libertad y entrega, desde su enorme portal a los rincones que invitan a expresarse. Hay música, hay colores y un escenario siempre listo para que otros abran su ser y lo dejen ahí, en un instante que se pierde y algunos llevarán para siempre. Porque en una charla de horas de mates y anécdotas con el dueño de este Taller y sus ideas, intentamos encerrar en un concepto lo que es el teatro, y nos regalamos tantas palabras, metáforas, ideas, que no pudimos definirlo brevemente. Tanta complejidad y una sola certeza: la entrega. La apertura, otra vez.
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«Hay algo que me ha dado este espacio que es fundamental, la mayor riqueza que puede tener un ser humano: los vínculos, esta red gigante que se arma de personas de diferentes latitudes. Somos una gran familia, todos estamos luchando por una misma cosa», dice Darío. El Taller Casa de Arte, ubicado —desde siempre— en pleno centro santafesino, recibe todos los años a cientos de artistas de la música y el teatro, se realizan talleres, seminarios, encuentros diversos y enriquecedores, convirtiéndose en ese hogar cálido familiar donde los artistas vienen, se van, y siempre vuelven.
TS —¿Qué es el teatro para vos?
DG —Es un juego con sus reglas, que no son las mismas siempre, se van modificando en función del objetivo y el logro que uno quiere. El arte está justamente en encontrar las herramientas para llegar a eso que uno quiere. Es apasionante y transformador, tanto para quien lo hace como para quien lo recibe. Si lograste que el público se vaya con un interrogante, ya modificaste algo, aunque no hayan entendido, te deja algo, un por qué, una frase dando vueltas, resonando, y en algún momento te va a caer la ficha. En algún momento sucede.
«El teatro es como una enfermedad, no te podés librar», desliza en este intento de llegar a una esencia que no se explica, pero se siente.
TS —¿Cómo trabajás con el actor?
DG —Siempre digo que el actor tiene que ser generoso con él mismo, no guardarse nada y trabajar todo su potencial. Hacer teatro es poner el cuerpo, la sensibilidad, y darle para adelante en función de construir una mentira que puede modificar algo a alguien.
Oriundo de una zona rural de Entre Ríos, conoció el teatro por una profesora de francés en la escuela secundaria que inició el proyecto de una obra de Casona en su curso. En ese momento no le permitieron ser actor porque era muy travieso, pero estuvo en el armado de la escenografía, ámbito que aún hoy disfruta. «El día del estreno de la obra me llenó de algo que aún hoy no puedo explicar pero que me sigue sucediendo después de cada función: ese placer de ver a mis compañeros disfrutar tanto en el escenario.» Hoy, como director, vuelve a ese primer sentimiento, que se actualiza en cada estreno, los ensayos, los riesgos. «Me gusta actuar, pero mucho más dirigir», dice sin dudas. Y en el momento de hablar de la docencia en teatro, en Darío aparece la mayor felicidad. «La docencia me da mucha satisfacción, al ver los logros de mis alumnos o los cambios vertiginosos que tienen. Me da orgullo ver cuando uno hace el click y pasa el límite hacia el otro lado y ahí ya está, perdido.» (¿O encontrado?)
El maestro afirma que de quienes más se nutre es de sus alumnos, pero ha tomado aprendizajes de los más grandes artistas de nuestra región. «Fui tomando algo de los referentes que tenemos en Santa Fe: Carlos Klein, Raúl Kreig, Rafael Brusa, Yiyo Novara, el Negro Beltzer, Marina Vázquez, Mauricio Dayub, Patricia Suárez. Algunos no me dieron clase directamente pero observé trabajos de todos», cuenta. La constante apertura e intercambio es el alma de esta Casa de Arte que ofrece talleres de teatro para jóvenes y adultos y da un especial lugar al jazz y la música todas las semanas.
El sueño de Darío hoy pasa por ampliar las puertas de esta escuela de actuación hacia otras áreas que involucren escenografía, maquillaje, dramaturgia e investigación. «Yo quiero mejorar cada día este espacio», dice el hombre que llegó un día a Santa Fe y creó con ímpetu y rebeldía el taller de teatro en la Facultad de Derecho, que se sostuvo muchos años.
TS —El Taller cumple veinte años de trabajo independiente. ¿Te das cuenta de la importancia de esta Casa de Arte en la ciudad y para la actividad teatral?
DG —El éxito pasa por sostener un espacio independiente veinte años, un lugar donde han pasado muchas cosas importantes. Por eso yo me considero un tipo exitoso, y no soy Gardel.
Refugio, emociones, afectos. La historia tras las puertas.
Texto: Celi Di Notto
Fotos: Leonardo Gregoret
Nombre de sección: Gestos y gestas
Edición: N° 78