No se equivocan quienes aseguran que los ojos refieren verdades que la boca a veces calla. Existen personas, sin embargo, que al hablar conjugan lo que dicen con la mirada. Entonces, aflora una comunicación fluida que no se basa en la postura fingida sino en la espontaneidad de un ser que se relata. En las palabras escogidas para explicarse, un hombre refiere la verdad de sí mismo.

La Música de Vangelis, vibrando en un nivel de conciencia diferente a lo que comúnmente escucha un adolescente, fue la que marcó el camino de descubrimiento de Ignacio Asención, psicólogo de profesión y buscador por naturaleza.  Con ese recuerdo abre la conversación este joven que no piensa demasiado en cómo vendrá barajado el futuro sino en el modo firme con que pisa el presente. Parece trasladarse en el tiempo al asegurar: “siempre tuve una actitud reflexiva, de humanidad. En la facultad veía que la psicología no iba con mis perspectivas de la vida. Yo entré con preguntas existenciales, filosóficas. En la universidad, la orientación era ver el ser humano enfermo, padeciendo distintas patologías. Parecía que había que conocer un manual y tratar esas afecciones para sanarlas, como si fueras un ingeniero de la conducta. La verdad no es tan simplista. Entré en crisis y empecé una búsqueda paralela”.

Mientras asimilaba las formalidades académicas, ese pensamiento lateral, alternativo, intuitivo, lo condujo a explorar pensamientos por fuera de los marcos convencionales. “Mis referentes son todos buscadores que terminaron en las áreas de la comunicación, que partieron de situaciones de crisis, tuvieron algo que decir, sintonizaron con situaciones y pensamientos similares a los míos.” En esa línea de pensamiento se acomoda Ignacio con solvencia. Esta mirada particular —más atenta a la pulsación interna que a las normativas establecidas, y apelando a las metáforas como vías explicativas y dirigidas a la comprensión—, afirma: “uno es árbol y a veces el sistema se empeña en hacerte específicamente un pino. Tantos años pasamos pensando que tenemos que ser pino, adaptarnos y no ser nosotros mismos, que perdemos esa esencia de ser árbol”.

Existen, en ese montaje de ideas que construye Ignacio, dos conceptos que parecen disonantes pero que en la trama donde juegan las palabras adquieren una simbiosis milagrosa: promueve la unidad de la diversidad. En otros términos, considera que un paso evolutivo de las sociedades significaría la aceptación universal de las particularidades que cada persona posee: “uno de los grandes problemas de hoy es que estamos atravesados por el ego, hay una uniformidad a la que se nos impone pertenecer, nos cuesta ser nosotros mismos, tenemos miedo al rechazo, a que nos vaya a ir mal. La solución es volver a la esencia, animarse a ser nosotros mismos otra vez, con nuestras características y nuestra individualidad”.

Hay un viaje en las palabras, un recorrido sinuoso por los sentidos de pertenencia y las variables. Los mundos posibles de Ignacio se funden, se transforman, devienen. “Todos tenemos muchas voces, luchas internas; el desafío es no creer en esas voces que nos limitan, que nos llevan a lugares oscuros. Lo bueno es que cuando uno se ve de modo absoluto y transparente, empieza ver el mundo también de esa manera”. Así refiere a los combates internos, al momento de lograr esa marca distintiva que diferencia a una persona del resto de la creación. Es un trabajo descubrirse, encontrar el espejo exacto que refleje esas esencias. Puede ser un acto de explosión intuitiva o un recorrido de toda la vida.

Indudablemente, transferir esa riqueza interpretativa del mundo implica desarrollar una capacidad minuciosa, para llegar al oído expectante de la otredad. “Cada vez que comunico algo lo hago desde el corazón, si no, no fluiría. Si intelectualizo lo complico todo, entonces me permito ser un libre pensador. Y, en ese pensamiento dimensiono una unidad, evito las divisiones. Trato de generar mensajes que no provoquen divisiones”. Así consolida su teoría de que no hay unidad más íntegra que la que promueve la diversidad y el respeto por las capacidades y formas de ser de cada uno.

A través del tiempo, las personas se construyen mediante los recuerdos, que no son otra cosa que hechos del pasado encadenados para generar identidad. Desde pequeño, Igancio Asención supo mirar la realidad desde lugares distintos a la obviedad. Tal vez, por eso rememora una de las primeras películas que lo marcaron, “la delgada línea roja”, donde la guerra se cuenta desde un relato que prescinde de las balas para centrarse en los procesos mentales de su protagonista. Sin saberlo, este joven ya estaba enhebrando su propio futuro. En ese juego de roles donde realidad y posibilidad se provocan, los puntos de encuentro son infinitos: “nuestra personalidad es un personaje y sufrimos cuando nos creemos ese personaje. La clave es aceptarnos con todas nuestras facetas. Y al reconocernos nos volvemos capaces de cambiar”.

La comunicación es uno de sus desafíos más intensos,  la palabra y el arte le dan a su profesión un carisma particular, difícil de hallar en otros profesionales de su rama: “trato de estar centrado siempre en el presente. Realmente, creo que con esfuerzo y constancia uno puede potenciarse y hacer de esa capacidad una fuente de ingresos. Me veo comunicando mensajes esenciales de unidad. Mi ideal es que mi mirada pueda despertar otras. Me siento más del lado del arte que de la ciencia. Porque la ciencia no es segura. La ciencia es variable. Vivo en este misterio que es la vida y busco desentrañar ese arte. El arte me ayuda y lo veo como única salida a los grandes problemas de la humanidad.”

Hay palabras claves que identifican a Ignacio Asención: unidad, diversidad, búsqueda, fluidez, causalidad, arte, comunicación. Todas esas ideas son conjugadas con habilidad y avidez, salen de modo espontáneo en sus mensajes, de constante aparición en las redes sociales, donde sus seguidores crecen de modo persistente. “Estoy en un rol intuitivo, reflexivo. Nací pensando, no me interesa tanto incorporar conocimiento como sacar lo que tengo adentro”. Esa es tal vez su clave personal, la marca distintiva que lo ha llevado a conquistar lo que pregona: un ser distinto en la gran unidad del universo.

 

Texto: Fernando Marchi Schmidt

Fotos: Pablo Aguirre

Maquillaje: Leilén Edith

Edición: N° 61

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