Planisich nació en Avellaneda, norte de la provincia de Santa Fe. Durante los años que vivió en la capital provincial —desde el 98 al 2013— se acercó a la lectura y luego, aclara él, a la escritura. Pertenece al colectivo de escritores La Chochán. En su sensibilidad se graban instantes, detalles acaso banales, luego revelados en una poesía que contiene pero, también, trasciende ese chispazo inicial.

Diego se topó de grande con un ejemplar de Cien Años de Soledad. Teme que suene a cliché el comienzo de su vida de lector. Confiesa que él quería volverse un lector y durante un tiempo se forzó a leer determinados libros, “difíciles”.

DP —Con el tiempo uno va formando su camino de lector. Ahora ya no me obligo a leer lo que no quiero. Es como decía Borges (cita de memoria): “la lectura no debe ser obligatoria porque es como la felicidad”. Y nadie puede obligarte a ser feliz, es algo que se busca. Nadie leyó lo mismo ni en el mismo orden, cada uno hace su camino.

TS —¿Y el camino de escritor?

DP —No me gusta mucho la palabra “escritor”. Tampoco colgarme el cartel de “poeta”. ¡Es un cartel que hay que sostener! Yo escribo poemas. Después, si me dicen poeta, buenísimo. Lo primero que escribí tuvo que ver con la inundación de 2003.

Diego vivió de cerca la inundación. Si bien él no se inundó, ayudó en un centro de evacuados. Al año empezó a estudiar la Tecnicatura en Seguridad, Higiene y Medio Ambiente. En una materia un poco alterna para esa carrera (no recuerda el nombre) conoció a Angelina Baldengo, una profesora de letras que lo introdujo más en el mundo de la lectura y a quien se animó a mostrarle su primer escrito: una letra para una canción.

DP —Angelina se había inundado y flasheó con la letra. De alguna manera, aumentó el magnetismo que nos unía y me alentó a seguir con la escritura. Empecé a ir a los talleres literarios que ella daba en su casa. Fui un habitué del lugar y nos volvimos amigos.

TS —Hoy coordinás tu propio taller en Avellaneda, “Motorcito”. ¿Qué búsqueda orientás desde ahí?

DS —Lo primero que les digo a los chicos es que no debemos ser devotos de lo que escribimos. No escribirle a lo que siempre se le escribió. En Avellaneda está el quebracho histórico, en Reconquista el lapacho rosado, o el padre, la madre, las flores… Al final uno termina siendo redundante y pomposo y no dice nada. Como si escribiera de manera obligada. Igual, a mí me gusta más como lo dice Diana Bellessi, quisiera leértela.

Diego busca un libro en su mochila, lo abre y dice Diana Bellessi sobre la escritura obligada:

No es nunca poesía, es un ejercicio de la voluntad… Es una acción forzada y presa de sí… Por eso no es la poesía un campo propicio para las buenas intenciones, sino un desierto donde se acepta estar perdido y cuando viene el agua se la bebe…

 

Su lugar en el mundo

TS —¿Cómo te llevás con Avellaneda, con el norte donde vivís?

DP —Hay quienes dicen que San Justo es “el portón del norte” y es cierto. De ahí para allá es otra provincia. Solo tenemos dos rutas, una en el este y otra en el oeste, el resto de los caminos son de tierra. Hay una idiosincrasia distinta. El norte vivió lo que fue La Forestal, una multinacional cuando ni se conocía la palabra multinacional, una empresa que tuvo casi dos millones de hectáreas. Crearon ciudades con cloacas, luz eléctrica, etcétera, y cuando se fueron se llevaron todo. Entonces, está la gente que añora eso y la gente que ni siquiera lo sobrevivió: un hachero tenía un promedio de vida de cuarenta y pico de años. Todo eso se transmitió.

TS —¿Y creés que eso está reflejado en la literatura de la región?

DP —Es lo que trato en los talleres. Que empecemos a ver eso que está alrededor nuestro: las huellas de La Forestal, los ríos, tantos puntos de partida para escribir. Yo no sé si todavía los jóvenes hablan con los viejos. Yo lo hacía cuando tenía a mis abuelos. Igual creo que se están contando nuevos temas, se están haciendo cosas: poesías, canciones, fotografía, arte plástico. Sobre todo en Reconquista.

TS —¿Santa Fe te queda lejos?

DP —Al último festival de poesía de Arroyo Leyes me vine en moto, así que en términos físicos no lo siento lejos. Y en términos simbólicos tampoco. Ahora con las redes e internet uno puede mantener una comunicación.

TS —¿Te identificás con esta ciudad?

DP —Claro. Es mi segunda ciudad. Casi me quedo a vivir acá. Pero hubo un momento en que sentí la necesidad de volver, sentí que mi lugar en el mundo era Avellaneda.

Diego habla de la moto y la ruta. Confiesa que una vez escribió un poema a 120 km/h. El reportero hace una asociación libre y busca una página en “Arrullo” (Corteza Ediciones, 2014, misma editorial que pronto lanzará “Grayskull”, segundo poemario de Planisich). Lee:

Volviendo por la 98 / miré hacia los lados y vi / las altas columnas de humo / En medio de la ruta / un zorro sin cabeza / me recordó pasajes / de las flores del mal / El pastizal se quema / y los bichos disparan / hacia todos lados / buscando una luz / que no hiera

TS —¿Todos somos bichos buscando una luz que no hiera?

DP —Lo somos.

 

Texto: Mariano Peralta

Fotos: Pablo Aguirre