La referente del Sindicato de Amas de Casa que se alejó del partido cuando la militancia por las mujeres superó la convicción política. La misma que creó junto a otras la Red de Mujeres y en 2001 fundó con ellas la granja agroecológica La Verdecita. En todas sus facetas, su lucha es la de siempre: empoderar, reivindicar a la mujer en un mundo de varones.
Isabel Zanutigh, a quien todos conocen por “Chabela”, es una y es muchas. Y lo sabe. Quizás por eso se aleja del “yo” para hablar de un “nosotras” en un plural de modestia que trasciende tiempo y circunstancias y que tiene su fundamento. “Es una relación dialéctica: yo me formo con lo que me enseñan a la vez que transfiero lo que aprendí”, explica. Y en su discurso el otro es mujer, son “las mujeres”, el plural femenino por el que primero trabajó, después creyó y que hoy, a sus 64 años, todavía empodera.
El inicio de su historia se remonta a un colegio de monjas en San Justo, donde la primera rebeldía fue desafiar la autoridad del párroco al ir a misa sin mantilla y en mangas cortas. Pero su formación como referente de otras mujeres fue el Sindicato de Amas de Casa que la tuvo entre sus fundadoras a mediados de los ‘80 como parte del Frente de Izquierda Popular y que terminó por superar al partido.
Chabela reconoce que atravesaba por aquellos días una lucha interna. Ella, que estudió Ciencias del Ambiente e Ingeniería Química, no se sintió ama de casa hasta que muchas le contaron su vida y le ayudaron a sobrellevar la propia. “No creo que haya una mujer que no sea ama de casa, el concepto es intrínseco al cuidado de los demás. Podés no tener tiempo y pagarle a alguien para que te ayude a hacer algo pero si tu hijo está enfermo lo cuidás. Mi primer reconocimiento fue ver que yo también era esas mujeres. No ver eso era no darme cuenta de cuánto hacía, del por qué de mi cansancio. Y fue como una mamushka, se fueron abriendo cosas”, dice Chabela. Y de esa muñeca en que habitan otras nació la Red de Mujeres. Y, de ella, la granja La Verdecita.
El tiempo borró las fechas de los –“¿fueron quince o veinte?”- años en el Sindicato. Lo que recuerda son las tardes con mujeres de distintos barrios en que cocinaban para juntar fondos cuando alguna planteaba una necesidad concreta, las reuniones largas y las risas cuando hacían dulce. Chabela, que dejaba a sus tres hijos con su mamá para trabajar y militar, halló en cada una un espejo. En todas, subyacía la misma esencia: la casa, los hijos, el hombre, el cuidado y el cansancio. “Mi vieja fue de la generación de la frustración: quiso estudiar pero no la dejaron. Yo soy de la generación del engaño, me dijeron todo lo que tenía que hacer llevando a cuestas todo lo demás. Y no es justo”, dice, pero no se queja.
Dialéctica de ser una y (nos)otras
Las tardes con el sindicato transcurrían en largas caminatas por los barrios. Hasta que en 1999 hubo un quiebre. El indicio fue tan simple que casi pasa inadvertido: en el barrio no se sentía olor a comida. Cuando empezaron a preguntarles a las mujeres qué comían la respuesta fue un mate con azúcar para pasar el día. Así se formó, en 2001, la Red de Mujeres, que peleó por conseguir cajas de alimentos a quienes la requerían, estuvieran o no afiliadas al sindicato. De esa necesidad de alimentos surgió la idea de generar el propio, de crear La Verdecita.
En Callejón Roca 1800, ese grupo de mujeres unidas consiguió apoyo externo y compró un predio de casi 5 hectáreas que llamó La Verdecita. Allí, trasformaron el espacio e hicieron huertas con apoyo del INTA. Pero cuando la situación económica mejoró, las mujeres dejaron poco a poco la granja. “La Verdecita no era el proyecto de ellas, su proyecto era conseguir un salario que les permitiera comprar lo que antes producían con mucho esfuerzo, algo muy legítimo”, destaca Chabela, quien abrazó la agroecología y se aferró al proyecto.
Hoy la granja produce sin pesticidas varias toneladas de verdura al año. Allí trabajan la tierra hombres y mujeres en un consorcio de 60 familias. Son pequeños productores no capitalizados: lo único que tienen es su trabajo.
En La Verdecita, Chabela encontró otra mujer, todavía más vulnerable: “la productora, con muchísimo más trabajo que la del barrio más pobre”, cuenta. Y valora que las integrantes del consorcio poco a poco se fueron empoderando y ya no callan bajo la voz de sus varones. “Hoy ellas también deciden qué hacer y forman parte de la comisión directiva… Lo mío es la lucha por las mujeres, que no me jodan” aclara, como si hiciera falta poner en palabras lo que ya narra su vida.
“El esfuerzo y el sacrificio que le piden a la mujer para que sea brillante en un mundo en el que los brillantes son los varones es enorme, porque ellos no tienen que hacer todo lo que tenemos que hacer nosotras -expresa, como quien explica el aprendizaje de toda una vida-. Yo reivindico el enorme trabajo de cuidado que hacemos las mujeres. Tras miles de años de sufrir toda clase de violencia seguimos apostando a tener hijos, a cuidar de los viejos, de las plantas y de todo… somos cuidadoras y formadoras de lazos, y es lo que sostiene el mundo”.
Crédito: Florencia Arri
Fotos: Pablo Aguirre